Gobseck, Honoré de Balzac

Título de una de las más fa­mosas narraciones de Honoré de Balzac (1799-1850), publicada en 1830. La vizcon­desa De Grandlieu está preocupada por la simpatía que su hija Camila muestra por un pretendiente, el joven conde Ernesto de Restaud, muchacho de buenas prendas pero pobre, cuya madre está desacreditada por la disipación y el desorden (hija de aquel Goriot, v., protagonista del celebradísimo Papá Goriot, v.). Interviene el abogado Derville, un fidelísimo amigo de la casa, lle­vando informaciones destinadas a interesar a la enamorada jovencita y a su madre.

Remontándose a los tiempos en que era un pobre estudiante, Derville narra cómo em­pezó su amistad con un vecino suyo, Gob­seck: un originalísimo viejo que después de un pasado misterioso y aventurero se había dedicado a la usura como quien ha encontrado la verdadera vocación de su vida y había amasado, bajo una modesta apariencia, enormes riquezas. Gobseck acabó por honrar a su amigo con algunas confi­dencias, y, entre los varios secretos de la vida mundana que había podido descubrir por medio del terrible anciano, estaba pre­cisamente la historia de la condesa de Restaud: ésta, dominada por un peligrosísimo y brillante aventurero, Máximo de Trailles, iba literalmente destruyendo su patrimonio y el de la familia, ya que el marido, caba­lleroso, ingenuo y demasiado débil, no sa­bía oponerle resistencia. La condesa, que recurría a menudo a Gobseck, como tam­bién su marido, interviniendo para procu­rar salvar lo que fuese posible, había ter­minado por trabar cierta relación con el usurero y con el mismo Derville; surgió así en el ánimo del conde la idea de hacer una serie de ficticias concesiones de toda su for­tuna a Gobseck, el cual, por su parte, se comprometía, mediante un documento, a conservarla para el hijo de Restaud, el con­de Ernesto, y a cedérsela tan pronto como éste llegase a su mayoría de edad.

Así se hizo; pero al morir el conde al cabo de po­cos años, la esposa, convencida de que había querido desheredarla a ella y a todos sus hijos, se apresura a quemar todos sus pa­peles y, entre ellos, el precioso documento; de manera que Gobseck queda dueño de la fortuna de los Restaud, sin ninguna obliga­ción legal de restitución. Pero llegado tam­bién el momento de morir, viejísimo y car­gado de riquezas, el usurero nombra eje­cutor testamentario al abogado Derville y le encarga, entre otras cosas, que restituya escrupulosamente, apenas llegue el momen­to, todos sus bienes, aumentados por los correspondientes intereses, al conde Ernes­to Restaud. El abogado concluye su narra­ción recordando que Ernesto Restaud será mayor de edad dentro de pocos días.

La novelesca historia es interesante por la fi­gura formidable de Gobseck, que la llena por completo: el implacable viejo, que ha hecho de la usura un arte, el cual le pro­porciona delicias de orden exquisitamente espiritual, respetando con absoluta honradez las reglas que ha impuesto a su juego y que sirven tal vez para hacerlo más interesante, es una de las más poderosas creaciones de Balzac. Esta célebre figura, que encontra­mos al principio de la obra del autor, hace juego con otro «retrato de avaro», tal vez aún más conocido, el abuelo Grandet (v.) de la novela Eugenia Grandet (v.). Pero Gobseck, en comparación, se nos muestra como un personaje mucho más rico en cu­riosos matices, y más profundamente ori­ginal.

M. Bonfantini