Novela del escritor español Benito Pérez Galdós (1843-1920). En ella plantea Galdós el problema de dos almas que perteneciendo a distintas religiones llegan a amarse profundamente por encima de insalvables intransigencias.
La historia es ésta: don Juan de Lantigua es un noble caballero de Ficóbriga, amante de las tradiciones patrias y ferviente religioso. Ha cuidado con esmero de la educación de su única hija, Gloria, ocupación extrema de su viudedad; aunque no deje de estar pre- ocupado — pese a sus desvelos — de ciertas ideas modernas introducidas en la mente de la hija. Gloria es una muchachita apasionada, está llena de amor hacia su padre y de ternura hacia las cosas y los seres; sin embargo, y a pesar, o como resultas, de su limpia ingenuidad, difícilmente abdica de criterios que ella estima como seguros. Un día llega a Ficóbriga don Ángel, tío de Gloria, obispo lleno de celo apostólico, abnegado guardián de su grey. Estando el obispo en casa de su hermano, el navío «Plantagenet», incapaz de luchar contra la tempestad, naufraga en las costas de Ficóbriga: todo el vecindario, exhortado por la caritativa palabra del pastor, se supera en salvar a los navegantes y así Daniel Mor- ton, joven de Altona distinguido con bellas prendas personales, puede llegar a tierra firme. Don Juan de Lantigua, conmovido por la extrema postración del desgraciado, lo acoge en su casa y le brinda hospitalidad hasta un total restablecimiento. Pero Mor- ton no es católico: su presencia estimula el celo evangélico de los Lantigua, que tratan de convertirle. Entretanto, Daniel y Gloria se han enamorado mutuamente; con el cariño llegan días de incertidumbre y de zozobra para el alma de la muchacha: su religiosidad se impone y decide abandonar este naciente amor a la imposible desesperanza.
Sin embargo, el dolor de Gloria puede más que las reconvenciones familiares y el celo de su tío, a quien ha confesado su pretendida culpa: una y otra vez le asaltan la angustia y la desesperanza, una y otra vez la imposibilidad del amor, una y otra vez la renuncia a un cariño día a día más encendido, hasta que se descubre el judaísmo de Daniel. Entonces todas las murallas levantan sus obstáculos ante el alma atemorizada de Gloria, que renuncia definitivamente. Morton quiere abandonar Ficóbriga. Tiene que detenerse, sin embargo, y en secreto se ve con Gloria: el rescoldo vuelve a ser llama y la muchacha se entrega. Don Juan de Lantigua muere al reconocer la que él juzga su deshonra. Gloria abandona — otra vez — al hebreo: no importa que venga al pueblo, no importa que las cartas no se interrumpan; ella, flor ajada, decide morir antes de ver al asesino moral de su padre. Pero poco después — Semana Santa en la calle — Morton se presenta en Ficóbriga; de él huyen las gentes, incluso las que más protegió, ni siquiera los mendigos quieren compartir con él la intemperie. Cuando Morton conoce la negativa de Gloria a recibirle, decide raptarla.
Una noche — conocidas las salidas de la muchacha — se lleva a cabo la detención y con ella el conocimiento de la existencia de un hijo, que la familia de Gloria aislaba de la madre para que no fuera pretexto de acercamiento a Daniel. Ante el cariz que han tomado las cosas, Morton decide convertirse. Preparada la ceremonia, aparece la madre del judío, que finge una demanda judicial contra su hijo — diplomáticos por medio —, que es detenido. Gloria — nuevo sacrificio —, por no quitarle a Morton el amor de su madre, decide irse a un convento. Aquella misma noche — víctima de un desgarro íntimo — va a ver a su hijo por última vez; allí está Daniel, queriendo comprar a la criatura. Los dos amantes se reconcilian; la crisis aniquila a Gloria, que muere en el humilde rincón donde ocultaban a su hijo, mientras Morton se desespera. Tres años después, Daniel muere loco por no hallar la religión que hubiera podido unir a los dos enamorados.
La novela es una obra maestra. Los procesos espirituales de los dos protagonistas están estudiados con extraordinaria finura; cada una de sus reacciones revela un hondo conocimiento de la vida humana. Las figuras secundarias o los meros comparsas son dignos acompañantes de Gloria y Daniel. Amarga lección la de la novela en ese rebelarse contra unas creencias grabadas a fuego, amarga lección contra todas las intransigencias.
M. Alvar