El poeta inglés Percy Bysshe Shelley, en un poema corto del mismo título, Ginevra, del que escribió, en 1821, solamente el principio, imagina un encuentro entre Ginevra y Antonio inmediatamente después de la boda con un tal Gherardi.
Ginevra no ha traicionado a su amor: las flores de la boda servirán para su tumba, que no divide a los que se aman. Y al quedarse a solas, «Como una durmiente Con ojos abiertos y manos dobladas yació Pálida en la luz del día que se apagaba». En la sala iluminada empieza entretanto la fiesta de la boda; se busca a la esposa, se la encuentra muerta, si morir es yacer sin moverse ni respirar: «En nuestra noche De pensamiento Esto es lo que sabemos de la muerte… nada más De lo que los no nacidos sueñan de nuestra vida antes de que Sus llantos lleguen a la inhóspita orilla». Lágrimas, tristezas, unos pocos amigos quedan alrededor de Gherardi. «Y él Hombre sin amor, aceptaba torpemente El consuelo que no deseaba. En lugar del dolor, el terror pesaba sobre él». Llegan y se marchan los sacerdotes.
Con el bello canto fúnebre de las plañideras finaliza el fragmento. En 1926, Giovacchino Forzano sacó de la historia de Ginevra una comedia del mismo nombre, que sirvió más tarde de guión para una película.
M. T. Dazzi