Genio del Cristianismo, François-René de Chateaubriand

[Génie du Christianisme]. Obra de François-René de Chateaubriand (1768-1848). Se publicó en 1802, y fue saludada como un acontecimien­to literario; además del esplendor de su estilo, impresionó profundamente a los es­píritus porque respondía a una exigencia difundida en la sociedad de entonces y por añadidura entraba en el programa político de Napoleón. Así, desde el 18 Brumario a la ejecución del duque de Enghien, Cha­teaubriand supo vivir en la nueva atmós­fera seguro de aportar una experiencia de­cisiva al que, más tarde, con una famosa obra (v. De Bonaparte a los Borbones), ha­bía de combatir con una aspereza que no retrocedía ni ante la calumnia. El libro pa­recía a su autor el más sólido pedestal para una vida de acción, por él tan aca­riciada, y bajo diversos regímenes había de contribuir a realzar su actuación como secretario de Embajada y luego embajador en Roma.

Publicada «entre las ruinas de los templos», como dice el autor, esto es, en una atmósfera de irreligiosidad, fruto de la revolución que había derribado los puntales de la sociedad, la obra se propo­nía ilustrar las glorias del Cristianismo en la literatura, en la civilización y en las costumbres. Incluso bajo Napoleón, la glo­ria de Francia se fundaba en la religión, la misma que Chateaubriand veía brillar en la corona de San Luis y en la antigua glo­ria de los reyes. De este modo justificaba su homenaje al déspota, afirmando que en la fe de las almas surgiría el renacimiento de la legítima monarquía de los Borbones; y afectaba combatir a los hombres que abusaban del poder para corromper a los pueblos. El Cristianismo ha de impresionar a los espíritus modernos sobre todo por la belleza que ha traído a la vida; contra la concepción ilustracionista de que la reli­gión es enemiga de la civilización, el es­critor muestra con argumentaciones viva­ces, aunque capciosas, que el mundo mo­derno está todo él penetrado del espíritu del mensaje evangélico hasta cuando lo combate.

Las cuatro partes en que se divi­de la obra tratan de los dogmas, de la doc­trina cristiana, de la política que se ins­pira en ella, y de las bellezas del culto. La obra es muy importante para conocer el pensamiento de Chateaubriand, aunque se la compare con las afirmaciones del Ensayo histórico sobre las revoluciones (v.); en el cual su autor se preguntaba cuál hubiera sido en un régimen de continuas subver­siones la suerte de la religión. Páginas muy bellas se pueden hallar todavía en esta obra: sobre las armonías y 1as solemnidades del culto, y sobre la interpretación de es­critores franceses. Añádanse a sus expe­riencias doctrinarias las emociones de una vida de arte y de amor reveladas en dos narraciones, Atala (v.), que como anticipo de aquella obra fue publicada en 1801, y René (v.), que quedó incorporada en ella hasta el año 1805. Estas obras servían para poner mejor de relieve algunos temas del tratado con referencia a las pasiones y a sus funestas influencias; pero en realidad revelaban aquel sentimiento de la vida, agu­do y, no raramente, morboso, que es de lo más genuino de Chateaubriand. La obra en su conjunto ha perdido, en la historia de las ideas, su fuerza polémica; sólo viven algunas páginas de ella y las dos famosas narraciones, por lo demás, más ligadas con la epopeya india de los Natchez (v.), que con las intenciones doctrinarias de un «Ge­nio» del Cristianismo.

La manera cómo fue redactada indica por sí misma el escaso fundamento histórico y filosófico en que se apoya aquella reivindicación de la socie­dad moderna. Originada por aglomeraciones de impresiones, junto a requisitorias y po­lémicas contra escritores y tendencias, no demuestra una revisión orgánica del tema ni tan sólo una sistematización de él, como puede hallarse en las obras de Joseph de Maistre o de De Bonald. Hasta su cuidado artístico en aislar algunas descripciones, en­tre ellas las preferidas por el autor, de paisajes americanos (y por eso serán en­globados y corregidos muchas veces en otras obras como ya habían sido compren­didas en el Ensayo histórico sobre las re­voluciones), muestra un interés literario dirigido al artificio, y al éxito momentáneo.

C. Cordié

Parece un Genio del Catolicismo, más que un Genio del Cristianismo. (Saint-Martin)

Libro de mala crítica literaria muy re­trasada. (De Vigny)

El éxito incomparable del Genio del Cris­tianismo, confirió desde el comienzo a Cha­teaubriand un carácter público como escri­tor; de entonces data su triple influencia, religiosa, poética y monárquica. (Sainte-Beuve)

Para hallar páginas de una vibración, de una adivinación de la vida interior, de una simpatía creadora análoga a las que con­sagra a Homero, a Racine, es menester en el pasado remontar a Montaigne; y en el futuro descender hasta Sainte-Beuve des­pués de 1830… El papel de su suntuosa re­tórica es convertible en el oro de un gusto seguro, probado, auténtico. (Thibaudet)