Generación de los Animales, Aristóteles

[Historia animalium]. Obra de Aristóteles (384-322 a. de C.), que presenta en diez libros una clasificación de los animales basada en una amplísima re­copilación de observaciones hechas sobre los seres vivos. El mérito principal de la obra estriba en el hecho de fundarse sobre un método de clasificación que consiste en tomar como fundamentales uno o varios ca­racteres morfológicos o funcionales y en reunir en una sola categoría todos los ani­males que poseen tales caracteres. Aristó­teles distingue algunos «géneros máximos», subdivididos en otros me­nos amplios, que, a su vez, com­prenden varias especies.

Los ca­racteres elegidos para discriminar los gé­neros máximos se basan en la presencia o ausencia de sangre, y en el modo de reproducirse. Así, se hace la distinción entre animales sanguíneos y los que carecen de sangre. Entre estos últimos están los mo­luscos (correspondientes a los cefalópodos de la clasificación moderna), los crustáceos, los insectos y los testáceos (erizos de mar, caracoles, conchas, etc.). Los animales do­tados de sangre comprenden: los vivíparos (mamíferos, con exclusión de los cetáceos), los ovíparos (reptiles y anfibios), las aves y los peces. Con la Generación de los ani­males, Aristóteles planteó de una vez para siempre el problema de la clasificación de los seres vivos sobre bases morfológicas, y, en este sentido, podemos afirmar que el valor de esta obra ha sido definitivo. Sólo después de ella fue posible hallar también un sistema de clasificación para las plantas. Durante toda la Edad Media la obra fue traducida y comentada. Hasta el renacer de la ciencia moderna no se encuentra ninguna nueva clasificación animal que pueda com­petir con la de Aristóteles; un sistema más moderno y realmente original no aparecerá antes de Cuvier. Todavía hoy la clasificación aristotélica no puede decirse que haya sido completamente abandonada, puesto que se han mantenido algunos grupos. Sin em­bargo, ha sido del todo desechada la dis­tinción entre formas sin sangre y formas sanguíneas, porque Aristóteles sólo entendía por sangre el líquido circulante rojo. Inde­pendientemente del nombre y extensión de cada uno de los grupos, siempre queda en pie la base morfológica de la clasifica­ción, aun después de haberse afianzado las teorías evolucionistas, que intentaron — sin conseguirlo — rebasar el criterio morfoló­gico, fijando la clasificación sobre criterios de parentesco entre las especies.

Aun cuan­do se ha querido ver en esta obra un ger­men de la teoría evolucionista, Aristóteles considera que las especies son inalterables: la evolución no está en las especies particu­lares, sino que se presenta en su conjunto, en su escala, de la que cada una representa un escalón fijo. Cada especie tiene en sí la potencia de la especie superior, pero no el acto. En cambio, quedan claramente defini­dos la continuidad y enlace recíproco de las distintas especies, de las inferiores a las superiores, concepción que quedará como fundamental en el estudio de los animales y plantas. [Trad. esp. de Felipe Gallach Pa­lés en Obras completas, t. XII, con el título Generación de los animales (Madrid, 1934)].

C. Barigozzi