[Theoria philosophiae naturalis redacta ad unicam legem virium in natura existentium]. Obra del astrónomo, matemático y físico dálmata P. Ruggero Boscovich (1711- 1787), publicada en Viena en 1758. La obra, dividida en tres partes, expone una interpretación atomicodinámica de la constitución de la materia que se acerca al dinamismo monádico de Leibniz. Del mismo modo que la constitución del sistema solar obedece a una ley única, la de la gravedad, propuesta poco antes por Newton, así una ley única rige la constitución de la materia. En la primera parte se expone, deduce y defiende la teoría; en la segunda, es aplicada a la mecánica, y en la tercera, a la física; siguen un apéndice metafísico sobre el alma y Dios, y algunos suplementos que tienen las opiniones del autor acerca del espacio y el tiempo, más algunas demostraciones algebraicas y geométricas. Según Boscovich, el hecho de que los cuerpos, tal como se nos presentan a nosotros, sean divisibles en partes cada vez más pequeñas, es señal de que en último análisis están compuestos de elementos simples, esto es, sin partes e inextensos, puros puntos matemáticos, distantes uno de otro en un intervalo pequeñísimo, y cuya substancia es totalmente homogénea. La materia de los cuerpos no es, pues, una extensión continua; la idea de la extensión continua de la materia nos viene del hecho de que nuestras sensaciones táctiles o visivas, no alcanzan a percibir los distintos puntos matemáticos, por el brevísimo espacio que los separa; pero si el aceite penetra en los cuerpos y la luz atraviesa los cristales, es señal de que existen pequeñísimos intervalos vacíos entre los puntos de la materia.
Estos puntos están privados de toda extensión, incluso virtual, como la tienen las almas y Dios, que están presentes en algunos o en todos los puntos del espacio. La continuidad se da sólo en el movimiento de los puntos y en el espacio en que están ubicados los puntos. Estos puntos no tienen ninguna cualidad oculta, pero están dotados de una única fuerza de atracción y repulsión, regida por una misma ley: cuando las distancias son mínimas la fuerza es repelente y se torna tanto más repelente cuanto más disminuyen las distancias; pero al crecer las distancias disminuye la fuerza repelente hasta que se anula o pasa a ser de atracción; ésta primero crece; después, disminuyendo la distancia, disminuye, se anula o pasa a ser nuevamente repelente. Con estos puntos y con esta ley, Boscovich piensa haber mantenido la ley de la continuidad del movimiento y la impenetrabilidad de los cuerpos, haber excluido el infinito en acto y haber quitado toda fuerza a los argumentos de Zenón contra el movimiento. Aplicando después la teoría a la mecánica, resuelve los problemas referentes a los sistemas de dos, tres y cuatro puntos; deduce la ley de conservación de la cantidad de movimiento en el mundo y la igualdad entre acción y reacción en las masas; deduce las leyes de los choques; explica las leyes de la reflexión y de la refracción de la luz y de la caída de los graves; ilustra los teoremas acerca del centro de gravedad y del centro de oscilación de las masas; explica las teorías de los cuerpos fluidos, su presión y la velocidad de salida.
Aplicando además la teoría a la física, explica las propiedades de la materia, la impenetrabilidad, la densidad, la divisibilidad, la gravedad, la cohesión, y atribuye la diferencia entre cuerpos sólidos, líquidos y aeriformes, a la diversa distancia y al diverso movimiento de las partículas o puntos; explica la viscosidad, la humedad, la elasticidad, la ductilidad, la maleabilidad, la fragilidad; explica la diversidad de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, por la diversa disposición de las partículas; explica las síntesis y los análisis químicos; y los fenómenos de precipitación, volatilización; efervescencia, evaporación, ebullición, cristalización y fermentación; sostiene que el fuego es una fermentación de la substancia de la luz en contacto con una materia sulfúrea; explica los fenómenos luminosos, la emisión, la velocidad de propagación, la reflexión, la refracción, la difracción de la luz; explica los fenómenos eléctricos y magnéticos, y finalmente expone lo que hay que pensar acerca de la materia, la forma, la substancia, los accidentes, las transformaciones y las alteraciones admitidas por los filósofos escolásticos.
En el apéndice metafísico hace resaltar la diferencia entre la materia y el espíritu, aludiendo al problema de las relaciones entre alma humana y cuerpo, y al de la localización de aquélla en éste, y rechaza la armonía preestablecida de Leibniz, así como la hipótesis de la glándula pineal de Descartes. En cuanto a la existencia de Dios, demostrada la imposibilidad de atribuir el origen del mundo al acaso como a una de las infinitas probabilidades de encuentro de los átomos, excluida la necesidad de que el mundo exista por sí, si no por otra razón, por la imposibilidad de existir «ab aeterna», Boscovich demuestra con su teoría la infinita sabiduría y poder del creador, sin que por ello sea aprobado el optimismo lejbniziano. El espacio, en fin, y el tiempo, no son realidades en sí y por sí, sino dos modos de existir de las cosas, por lo que se dice que están realmente aquí o allí, antes o después. El conjunto de estos modos reales constituye el lugar y el tiempo reales, entrambos continuos, divisibles hasta el infinito, eternos, inmensos, inmóviles, necesarios. Una interpretación de la monodología leibniziana bastante aproximada a la de Boscovich fue también propuesta por Kant, antes de su fase crítica, en la Monadología physica (Konisberg, 1756).
C. Giacon