Fedra

La trágica pasión de la desventurada reina, la profunda verdad humana de su dolor, los rasgos tan femeninos y anti heroicos de su carácter han seducido en todos los tiempos a los poetas trágicos y han inspirado más de una obra maestra de la literatura dramática universal. Trata­do primero por Sófocles en una tragedia, Fedra, hoy perdida y de la que no son bien conocidos ni el desarrollo dramático ni los detalles, este argumento fue utilizado tam­bién por Eurípides en una de sus tragedias, asimismo perdida, que llevaba por título Hipólito velado y más tarde en otra famosa — que ha llegado hasta nosotros —, la titulada Hipólito (v.). En el modelo de Eu­rípides se inspiró Lucio Anneo Séneca (4?- 65 d. de C.) para su tragedia Fedra [Phaedra], que tiene, sin embargo, una estructu­ra y un movimiento originales. El carácter de Fedra es aquí mucho más audaz, en su realismo, que en la Fedra de Eurípides. El prólogo está constituido por un episodio de caza en la cual participa Hipólito, hijo de Teseo y de la Amazona Antíope.

Fedra, es­posa de Teseo, se lamenta de la ausencia de su marido. Presa de un amor fatal por su hijastro Hipólito, quiere aprovechar la ausencia de Teseo para seducir al adoles­cente, que desprecia los placeres de Venus. La nodriza de Fedra se encarga de hablar a Hipólito, y más tarde la propia Fedra in­tentará declararle su amor, pero el héroe la rechaza horrorizado. Para salvar el honor de la reina, la nodriza calumnia a Hipólito, acusándole de haber querido forzar a Fe­dra. Teseo, mientras tanto, vuelve de los infiernos. Fedra, con hábiles reticencias, hace verosímil la calumnia de su nodriza. Con­vencido de la culpabilidad de su hijo, Teseo, indignado, invoca contra él la venganza de Neptuno. El dios hace surgir del mar un monstruo que da muerte a Hipólito. El ca­dáver de éste es llevado a su padre. Fedra, desesperada, confiesa su mentira y se sui­cida sobre los restos de aquel a quien amó. Teseo, desolado, manda recoger los infor­mes despojos de Hipólito y darle sepultura. El carácter de Fedra domina la tragedia entera, obscureciendo a los de Hipólito y Teseo. Los coros, entre los cuales destaca particularmente el duodécimo, el de la es­cena de la declaración, son merecidamente célebres y han inspirado la Fedra (v. más abajo) de Racine. [Trad. en verso de Ángel Lasso de la Vega en Tragedias (Madrid, 1883). Modernamente existe la excelente traducción de Eduardo Valentí (Barcelona, 1950), la de Lorenzo Riber en Obras com­pletas (Madrid, 1943)].

F. Della Corte