Fedra, Jean Racine

[Phédre] Muy distinta y superior a todas las obras homónimas es la Fedra de Jean Racine (1639-1699), tragedia en cinco actos, en verso, que fue representada en París, el 1.° de enero de 1677, en el teatro del «Hotel de Bourgogne». La escena se sitúa en Trecena, donde el odio de su ma­drastra ha relegado a Hipólito y adonde luego la misma Fedra ha sido llevada por Teseo, antes de salir en busca de nuevas aventuras. El joven quiere ir a reunirse con su padre, ausente desde hace demasiado tiempo. Mientras tanto, Fedra está mori­bunda, consumida por un obscuro mal, que ahora confiesa ante la insistencia de su no­driza Enone: está enamorada de Hipólito, y el odio que le había demostrado no era más que una tentativa para vencer su ho­rrenda pasión, a la que sólo puede reme­diar la muerte. Se anuncia la muerte de Teseo, y la nodriza puede exhortar a la reina a vivir, para asegurar la sucesión al hijo, al paso que su amor deja de ser cul­pable. Pero Hipólito, que secretamente ama­ba a Aricia, única descendiente de una fa­milia real enemiga de Teseo, le declara ahora su afecto y su propósito de restablecerle en el trono de Atenas, y sale para llevar a cabo este propósito. Se despide an­tes de Fedra, la cual involuntariamente se ve llevada a revelarse tal como es: no Una madrastra despiadada, sino una ardentísi­ma amante, que quisiera morir bajo la es­pada de él, como castigo a la pasión que horroriza al joven.

Mientras Fedra espera todavía persuadirlo con el señuelo de la corona, llega la noticia de que Teseo vive y va a llegar. A Fedra, aterrada por su reputación y por sus hijos, Enone le pro­pone que se defienda acusando a Hipólito: la nodriza se encargará de hacerlo, a con­dición de que la reina lo confirme con su silencio. Fedra acoge a su esposo con turbado talante, y alude a una ofensa que ha sido cometida contra él; después que Fedra se ha retirado, la confusión de Hipólito y luego las mentidas palabras de Enone per­suaden a Teseo de la culpa del joven, al cual arroja de su casa, pidiendo a Neptuno que le castigue. Fedra está a punto de disculparla, pero Teseo le dice lo que ha sa­bido de él, su amor por Aricia; y la reina, a cuya pena se suman ahora los celos, no habla, presa de un tormento sin salida, rebelándose contra los nuevos y pérfidos con­sejos de Enone. Hipólito, al marchar, quie­re casarse con Aricia y hacerla compañera de su destierro. Teseo, que llega entonces, se entera por Aricia de la inocencia del jo­ven, confirmada por el suicidio de la no­driza y por Fedra, poco menos que enloque­cida y a punto de morir. Mientras, llega Terámenes, ayo de Hipólito, y relata al rey el fin del joven, víctima de un monstruo marino mandado por Neptuno. Ahora Fe­dra, que lleva ya en la sangre el veneno que ha bebido, confiesa su culpa y saluda a la muerte que devuelve su pureza a la luz del día, mancillada por su delito.

En la última de sus tragedias profanas, Racine, poniendo a contribución toda su pasión por la antigüedad y por la poesía, llega a la cumbre de su facultades. En una aura de mito, suscitada por versos ricos en encan­to, música y luz, coloca a su protagonista «la filie de Minos et de Pasiphaé», antigua de milenios pero contenida en su pasión como una mujer del siglo de Luis XIV; apa­rece sobre todo abrumada por el remordi­miento, por la angustia casi cristiana de sentirse invenciblemente dominada por un pecado que la hace estremecer de horror y al fin morir. Es el tormento jansenista del poeta, preocupado por el misterio de la gracia y que con esta obra vuelve a la fe de Port-Royal y a sus primitivos maestros.

V. Lugli

Fedra es una fugaz aparición en Eurípi­des y toda una tragedia en Racine; ella sola es todo un mundo dramático. (De Sanctis)

 … obra altísima de poesía, obra digna de Shakespeare, aunque parezca una estatua de yeso y no de mármol. (Dostoievski)

Racine, dominando sus tragedias como el alfarero sus vasijas, recobra con arte incomparable aquella figura de creador, que los otros han abandonado en la lucha o en la amistosa familiaridad con su propia obra. (Giraudoux)

Dos protagonistas: Fedra y Dios. Un poe­ta somete al Tribunal de Dios el proceso del amor humano. El milagro de Fedra es expresar, en algunos centenares de versos, los más bellos que un hombre haya jamás concebido, los dos aspectos del mismo amor que atormenta a los hombres. (F. Mauriac).