Federalismo, Socialismo Y Anti-Teologismo, Michail Bakunin

[Fédéralisme, socialisme et antithéologisme]. Es la obra más orgánica de Michail Bakunin (1814-1876), en la que se condensa todo su pensamiento filosófico y político. Fue redactada en 1872 para el Comité Central de la «Liga de la Paz y de la Libertad» a fin de sentar la platafor­ma ideológica de esta organización. Parti­dario de la más absoluta libertad, Bakunin considera todas las formas de poder estatal como un obstáculo para el desenvolvimien­to natural e intelectual de los individuos y de los pueblos. La centralización política, que caracteriza tanto a los estados monár­quicos como a los republicanos, es la fuente de la omnipotencia estatal y, como tal, debe ser combatida. La Revolución francesa, aunque destruyó la centralización política establecida por la monarquía, la ha com­pletado, combatiendo todo movimiento regionalista y toda veleidad federalista; los girondinos federalistas, fueron vencidos por los jacobinos centralizadores, el Comité de Salud Pública tomó el puesto del monarca y sus comisarios resultaron equivalentes a los antiguos ministros. La máquina estatal necesitaba un guía que halló en Napoleón. Pero una máquina estatal en movimiento no puede significar más que la guerra de conquista; de aquí se sigue que la paz y la libertad no son compatibles con los estados centralizados: «Donde hay estado no existe la libertad, donde hay libertad no existe el estado».

La descentralización po­lítico-administrativa, acompañada de un proceso natural de asociación espontánea de los pueblos, es, pues, la única vía que garantizará la paz y la libertad a los pue­blos y a los individuos. El federalismo se basa en el reconocimiento del desenvolvi­miento autónomo de cada pueblo y con­siente que, bien la región en la nación, bien la región en el mundo, desenvuelvan sus dotes originales con gran ventaja para el progreso que, por el contrario, obstaculiza el centralismo nivelador. La región y la nación se componen, por otra parte, de in­dividuos que no viven en condiciones de igualdad, sino de subordinación: la desigual distribución de los bienes materiales pro­voca la división de la sociedad en clases so­ciales, cada una de las cuales juega un papel distinto de las demás. Quien posee, domina y no trabaja; quien no posee, sirve trabajando, en cuanto que produce los bie­nes necesarios a la clase dominante. Surge así la cuestión social, de cuya resolución depende el que se traduzcan en realidad para todos la libertad y la igualdad que la Revolución francesa proclamó sólo formal­mente. El problema de la realización de la libertad y de la igualdad de hecho, esto es, el socialismo, se plantea hoy decididamen­te porque la gran industria ha creado, con la constitución de la unidad económica na­cional primero e internacional después, y con la aglomeración de las masas humanas, las condiciones objetivas y subjetivas de su realización. El hombre no podrá ser com­pletamente libre más que cuando se haya sustraído totalmente a la triple dominación política, económica y teológica: es el hom­bre quien ha creado a Dios y no Dios quien ha creado al hombre. Filosofía racional y no metafísica; positivismo comtiano y no idealismo hegeliano.

A la teoría del acaso o del determinismo fatalista, Bakunin opo­ne su voluntarismo revolucionario. Los hombres hacen a la historia, la cual com­prende todas las actividades humanas y las manifestaciones naturales; por eso deriva de ella una concepción monista de la his­toria, y ésta no puede subdividirse en na­tural y humana, más que por simples ra­zones ilustrativas. La religión, originada por el instinto de conservación, se ha con­vertido en un cómodo instrumento de go­bierno: por medio de ella, las clases dominantes encadenan las conciencias, y jus­tifican todas sus acciones criminales y dañosas para los individuos, detrás de la cómoda mampara de la maquiavélica «razón de estado». Es evidente que la falta de sen­tido histórico caracteriza toda la obra teó­rica y práctica de Bakunin. Ni aun estu­diando el pasado ni escrutando el porvenir, supo encuadrar históricamente su presente. Toda su acción política se resiente asimis­mo de este abstractismo que le llevó a con­siderar a la clase campesina, hija de la superada sociedad feudal, como la única clase revolucionaria destinada a crear el deseado Orden nuevo, y no comprendió que la aversión de ésta por la sociedad burgue­sa, nacida con la Revolución francesa, era de naturaleza reaccionaria, porque tendía, sobre todo, a frenar su desenvolvimiento, que consideraba dañoso para ella. La ver­dadera clase revolucionaria, hija de la gran industria, era la clase obrera, la cual com­batía a la sociedad burguesa para superarla en la sociedad socialista.

G. Ferro