Obra maestra del escritor y político argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), publicada en 1845, durante el destierro del autor en Chile. El libro es una obra especial para el conocimiento de la Argentina, a la vez que un clásico libelo contra el caudillismo despótico, residuo de la época colonial, y un profético atisbo de tiempos mejores para Sudamérica. Facundo, que da título a la obra, es el nombre de bautismo de Quiroga, célebre jefe de banda, «gaucho bárbaro» y tirano sanguinario de San Juan, que, en 1834, llega a ser gobernador de Buenos Aires, y del que el mismo Rosas, después de su triunfo, se deshizo sin escrúpulos. Quiroga aparece dibujado con trazos robustos y vehementes, de suma eficacia representativa; además de él, se evocan y describen en el libro otras trágicas y primitivas figuras de aquella pugna de instintos feroces y refinada crueldad, exacerbada por la lucha continua y sin cuartel, por la espantosa sed de dominio, por el perpetuo oscilar entre la victoria y la derrota, entre la tiranía y la esclavitud, entre la pampa y la ciudad, entre la «civilización» y la «barbarie» (éste es el subtítulo de la obra). El fraile-general Félix Aldao, que colgó los hábitos y se hizo guerrillero, y el «chacho» (Vicente Peñalosa, otro jefe de banda), ocupan, después de Facundo, las demás partes del libro destinadas a dar cuenta de los acontecimientos históricos durante el tempestuoso trentenio de la guerra civil; en los últimos capítulos se insinúa, entre otros actores principales del drama nacional, al propio Sarmiento, organizador de la justicia y su campeón contra los sin ley; el nombre de Sarmiento, como en los Comentarios (v.) de César, figura en tercera persona.
El talento del autor destaca en las descripciones, verdaderos aguafuertes de su tierra y de sus rasgos esenciales, y en el retrato de originalísimos tipos argentinos, descritos con fuertes tintas. Las frescas páginas de la introducción, de amplios rasgos, son, en el fondo y en la materia, afines a la Germania (v.) de Tácito; es un mundo primitivo, que surge de un caos de instintos y pasiones, de ásperas fatigas, para delimitarse y coordinarse, en trágicas convulsiones, hacia un horizonte de serenidad y de bienestar cívico. Aquí, Sarmiento, con simplicidad de estilista y calor creador de verdadero poeta, eleva un himno a las extraordinarias condiciones de su país, un himno de cadencias y de acentos que hacen pensar en Víctor Hugo, aunque más por afinidad que por derivación: «El cantor» no tiene vivienda estable; su casa es la noche, allá donde ésta lo encuentre; sus riquezas son su voz y su poesía. Algunos tipos argentinos absolutamente originales, como el «rastreador» y el «baqueano» (topógrafo por instinto), verdaderos perros de caza humanos, acrecientan el interés de la obra, escrita en purísima lengua española, homogénea en la composición y rica de una potente vena de poesía evocadora. Es el texto clásico de la Argentina, y junto con el Martín Fierro (v.) de Hernández, la mejor joya de esta joven literatura hispanoamericana. U. Gallo