Uno de los más famosos libros del pensador español publicado en 1921. Es un estudio sobre los problemas actuales de España, al hilo de una interpretación de su constitución histórica.
En esta obra, Ortega está en la línea tradicional de los escritores españoles que han hecho tema de su meditación el problema nacional (Dolores Franco: La preocupación de España en su literatura, Madrid, 1944), y sobre todo de la generación del 98, desde el Idearium español (v.) de Ganivet hasta los escritos de Azorín y Baroja, pasando por los ensayos de Unamuno En tomo al casticismo (v.). El subtítulo de España invertebrada es «bosquejo de algunos pensamientos históricos»; su propósito es «definir la grave enfermedad que España sufre»; Ortega advierte que muchas de estas dolencias españolas son comunes a toda Europa, aunque resultan menos visibles, y anunció desde el principio que se irían manifestando y que se pasaría en casi todas partes por situaciones dictatoriales, etc.; una falta de deseos, observaba Ortega, se cierne sobre Europa, no hay apetitos, no se estima el presente.
El punto de partida de Ortega es la idea de synoikismo o incorporación, utilizada por Mommsen para la interpretación de la historia de Roma; una nación — dice Ortega — es un sistema dinámico, una empresa, y por tanto o se está integrando o se está desintegrando. Lo que define una nación es un proyecto sugestivo de vida en común; los grupos nacionales «no conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo». Desde este punto de vista interpreta Ortega el nacimiento en España, a principios de siglo, de regionalismos, nacionalismos, separatismos, como una continuación dentro del cuerpo nacional de una tendencia disgregadora iniciada en el Imperio desde fines del siglo XVI y nunca interrumpida. «España es una cosa hecha por Castilla», «Castilla sabe mandar»; la España una nace en la mente de Castilla como un proyecto, que con la unión aragonesa con Fernando el Católico se realiza. La unidad española se hace para realizar una gran empresa, una Weltpolitik, como vieron ya Guicciardini y Maquiavelo.
Pero frente a este impulso de totalización sobreviene luego el particularismo; por etapas sucesivas, desde 1580 se va produciendo la desintegración del Imperio, y al acabar el siglo XIX comienza el particularismo dentro de la Península. «La esencia del particularismo es que cada grupo empieza a sentirse a sí mismo como aparte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás». Ortega advierte que ese particularismo no es sólo de la periferia regionalista, sino también del poder central: «Castilla ha hecho a España, y Castilla la ha deshecho». La falta de innovación, la angostura del reinado de Felipe III, la identificación que la Monarquía y la Iglesia españolas han hecho de sus destinos propios con los verdaderamente nacionales, todo ello ha fomentado una selección inversa. Ese particularismo no es sólo regional, sino que se extiende a las clases sociales, a los grupos de la sociedad, escindida en pequeños orbes, cada uno insolidario de los demás. «Hoy es España, más bien que una nación, una serie de compartimientos estancos». El grupo militar es un ejemplo claro de esto, y esa actitud conduce a la «acción directa»; así se interpreta también el hecho de los «pronunciamientos», en que se renuncia a convencer y aun a vencer, para buscar una automática adhesión que no existe.
La segunda parte de España invertebrada inicia la teoría de las minorías y las masas como componentes de la sociedad, que habrá de desarrollarse años después en La rebelión de las masas (v.). Ortega afirma que cuando se dice «no hay hombres», en general se quiere decir «no hay masas»; es decir, los individuos egregios no son seguidos, oídos, potenciados por masas dóciles, entusiastas, exigentes. «Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos». Pero «cuando en una nación la masa se niega a ser masa — esto es, a seguir a la minoría directora —, la nación se deshace, la sociedad se desmembra, y sobreviene el caos social, la invertebración histórica». Este es, piensa Ortega, el caso de España; analiza toda una serie de fenómenos de masas; frente a las épocas Kitra en que se forman las aristocracias, hay las épocas Kali en que degeneran; la «ausencia de los mejores» hace que una porción de funciones delicadas no puedan realizarse, y la vida queda reducida a sus operaciones más toscas y elementales. La historia española está realizada en escasa proporción por minorías; lo más grande en ella lo ha hecho el pueblo; y lo que éste no puede hacer se ha quedado casi siempre sin hacer.
Frente a la idea tradicional de la «decadencia» de España, Ortega opina que esta decadencia no ha existido, por no haber habido un estado normal de salud. La Edad Media española presenta fenómenos análogos a los de épocas posteriores. La mayor romanización de los visigodos hizo que tuviesen menos acometividad y energía, que representasen una fuerza menos eficaz; por eso en España el feudalismo fue muy débil, y esto, que facilitó la unión nacional y apresuró la constitución del Estado moderno en el siglo XV, hizo que la sociedad española perdiese pronto fuerza; no había en ella, en los siglos XVI y XVII, fuerzas, a veces discrepantes, pero llenas de vitalidad; más que decadencia, ha habido en España una pasajera fase de esplendor. Ortega cree que no se trata de política, sino de algo más profundo: la estructura de la sociedad. Hay que ir a una normalidad de la relación entre minorías activas, inventivas, enérgicas, y masas dóciles y entusiastas; hay que superar el odio hacia los mejores, para llegar a un «imperativo de selección»; usándolo como un cincel, «hay que ponerse a forjar un nuevo tipo de hombre español». España invertebrada, editada muchas veces, traducida a varias lenguas, es una de las obras de Ortega que han influido más y se han discutido más apasionadamente; constituye un capítulo concreto — como lo es La rebelión de las masas — de su sociología, entendida como teoría de la vida colectiva, fundada a su vez en una teoría metafísica de la vida humana.
J. Marías