Solón de Atenas (634-560 a. de C. aproximadamente), autor de una constitución de su ciudad que tuvo gran fama por su prudencia política y el elevado sentido de la justicia, dejó testimonio de su pensamiento en una abundante producción poética, que comprendía elegías, yambos y tetrámetros trocaicos. De los fragmentos que han llegado hasta nosotros son notables algunos por su extensión y por lo completo de su sentido. Dejando a un lado los pocos restos de la elegía por Sa- lamina (fr. 2), compuesta para espolear a sus conciudadanos a la conquista de aquella isla, y alguna mínima reliquia de poesía erótica (fr. 12, 20), el núcleo más importante de la herencia de Solón lo constituyen versos escritos en apoyo de su obra legislativa.
Y precisamente en relación con esta finalidad hay que juzgar su poesía. En una edad que no conocía todavía el uso de la prosa literaria, el verso era el instrumento más eficaz que la tradición ofrecía para la transmisión del pensamiento; con su forma precisa, subrayada por el ritmo, con su fraseología y sus imágenes solemnes, que al mismo tiempo habían llegado a hacerse familiares gracias a su ascendencia homérica, el verso podía dar nuevo vigor comunicativo a las convicciones personales e imprimir las ideas en la imaginación y la memoria de un vasto público. Así para Solón, la poesía es uno de los instrumentos de la actividad política. Solón traza un cuadro de los males que agitan a Atenas, de los peligros que la amenazan, y señala en la sabia legislación el remedio para ellos (fr. 3); defiende su reforma política contra los descontentos y los envidiosos, afirmando haber impuesto justos límites tanto a los poderosos como a los humildes sin pedir nada para sí (fr. 23-24), exhorta a los atenienses a guardarse de la tiranía (fr. 30) y les invita a acusarse únicamente a sí mismos cuando han permitido que Pisistrato se erigiera en tirano (fr. 8); y en la larga elegía a las Musas (fr. 1) se eleva por encima de las contingencias políticas para meditar sobre el problema de la justicia y buscar en la voluntad divina la justificación de las contradicciones que la conciencia moral hace ver en la vida.
No hay que creer, sin embargo, dados estos argumentos, que la obra de Solón sea sólo poética por su vestidura métrica. La seriedad y el calor de sus convicciones morales, la pasión con que siente el problema de la justicia, la exigencia de la mesura y de la armonía, que intenta realizar fundando un Estado según el Derecho, se manifiestan a menudo en sus versos en expresiones e imágenes ejemplares. Solón responde perfectamente a las exigencias de su tiempo: es a la vez poeta y maestro. Así lo entendieron sus contemporáneos, que celebraron su obra y envolvieron su personalidad en la leyenda, colocándolo entre los siete sabios de Grecia.
A. Brambilla