El Tejedor de Segovia, Ruiz de Alarcón y Mendoza

Comedia en verso del español Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (1581-1639), publicada en la Parte segunda de las comedias del Licen­ciado don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (Barcelona, 1634).

La comedia se acostum­bra dividir en dos partes, la primera más propiamente dramática, mientras que la segunda se define como «drama novelesco»; pero sólo esta última es con seguridad obra de Alarcón, conteniendo la primera, a causa de notables diferencias de estilo y eviden­tes contradicciones y transformaciones de nombres, caracteres y hechos, pruebas sufi­cientes para ser atribuida a un autor anó­nimo que intentó exponer los antecedentes. Dos moros, disfrazados de cristianos, tratan de asesinar al rey Alfonso VI de Castilla, pero la guardia acude a tiempo y ellos huyen, dejando caer al suelo algunas cartas, que son recogidas por el viejo favorito del rey, Beltrán Ramírez. Éste comprueba que las cartas están escritas por el rey moro de Toledo al marqués Suero Peláez y a su hijo, el conde don Julián, que están comprometidos y favorecen la criminal empresa.

Ramírez muestra al Marqués la prue­ba de su traición, pero, entregándole los encabezamientos de las cartas, le promete guardar el secreto con tal que el otro se corrija. Éste, en cambio, se engulle éstas y hace caer la acusación de traición sobre Beltrán, que es ajusticiado en presencia de su hijo Fernando, que regresa victorioso de luchar contra los moros, mientras su hija es encarcelada. Ambos traidores, con­vertidos en favoritos del rey, se proponen perseguir a Fernando, que se refugia en la torre de San Martín de Madrid, luchando contra sus perseguidores con tal encarniza­miento que suscita el amor de una rica y noble doncella, doña María de Luján, que de noche se reúne con él a través de un subterráneo, llevándole víveres. Don Fer­nando cambia de vestido con un cadáver reciente y, desfigurándole la cara a puña­ladas, huye. Procurándose otros trajes, se presenta en Segovia como marido de Teo­dora (María) e hijo del criado de ella, que hace de tejedor.

Entretanto, el conde Julián Peláez, a quien ha sido confiada la custodia de la reclusa Ana Ramírez, her­mana de don Fernando, la seduce y retiene, sin casarse con ella, en una casa de campo. Enamorado de la supuesta Teodora, mien­tras intenta entrar en su casa topa con Fernando, que lo hiere con la espada. Preso y encadenado, Fernando con una estrata­gema consigue evadirse junto con otros re­clusos, para refugiarse en los montes, donde Teodora se reúne con él. Traicionado por un antiguo criado, vuelve a liberarse y, después de varias peripecias, encuentra a su mujer, perdida junto a la puerta de la casa del Conde. Teodora, fingiendo afecto al perseguidor de su marido, hace que le entregue él la espada, que entrega a su vez a Fernando para que se defienda, y huye. Fernando va a liberar a su hermana y la conduce ante el conde, obliga a éste a ca­sarse con ella y lo mata. Convertidos luego sus bandidos en soldados, va en defensa del rey, que lleva la peor parte en una batalla contra los moros, y da la victoria a su rey.

Encontrándose al fin con el marqués de Peláez, lo hiere mortalmente y le obliga a confesar- ante todos la grave calumnia de que fue víctima su honrado padre, a consecuencia de lo cual el rey recibe a Fernando en su gracia. Inferior, cierta­mente, a los autores dramáticos españoles en la finura del análisis psicológico y en la habilidad de los efectos teatrales, Alarcón los supera por la coherencia del estilo, por la pureza de la versificación y por la correcta sencillez del idioma, elementos sim­ples y lineales como su moral, que no es ni ascética ni convencional, no tiene com­plicaciones filosóficas, ni religiosas, ni tam­poco — como a menudo sucede en el teatro cómico español y francés — pone en escena aquellos vicios que tanto degradan la dig­nidad humana.

A. Manganiello