El Judío Errante, Eugène Sue

Muy célebre es la novela El Judío errante [Le Juif errant], de Eugène Sue (1804- 1857), publicada en el «Constitutionnel», y luego en diez volúmenes, en 1844-45.

El 13 de febrero de 1832, antes de mediodía, deben reunirse en una determinada casa de París los supervivientes de la familia Rennepont, para repartirse la enorme cantidad acumulada durante 150 años de administra­ción, efectuada por judíos, de una pequeña herencia dejada por un hugonote perse­guido y despojado de sus bienes. Los des­cendientes Rennepont pertenecen a las más diversas condiciones sociales, desde el prín­cipe hindú Djalma y el industrial Hardy, al obrero Jacques; de la hermosa y rica Adrienne de Cardoville a dos huerfanitas protegidas por un soldado, Dagobert. Pero la Compañía de Jesús consigue impedir la llegada oportuna de los herederos, para que toda la herencia vaya a parar únicamente a Gabriel de Rennepont, angélico e igno­rante misionero de la Compañía, a la cual ha hecho anticipada donación. Pero un codicilo, encontrado en el último momento, retarda la entrega del arca con los precio­sos valores custodiados por el judío Samuel.

Entra entonces en acción el padre Rodin, que, cultivando oportunamente las pasiones de los demás personajes, consigue provocar la muerte de todos los Rennepont: Adrienne y Djalma, enamorados e impulsados al suicidio; Jacques, muerto por el alcohol; Hardy destrozado por el incendio de su fábrica; mientras las huerfanitas, arrastra­das por la caridad hacia un hospital de enfermos del cólera, mueren víctimas del morbo. Pero Gabriel, enterado de tanta per­fidia, da orden de que, en la fecha fatal, la preciosa arquita sea quemada, y el mismo Rodin muere envenenado por un cómplice suyo, agente de una sociedad secreta más poderosa, la de los estranguladores hindúes, dedicados al asesinato. Dominan toda la novela dos personajes fantásticos que ayu­dan misteriosamente a los Rennepont: el Judío y la Judía errantes, símbolos de la clase obrera condenada a una eterna fatiga sin compensación, y la mujer, oprimida y conculcada en sus derechos.

Continuación de los Misterios de París (v.), El Judío errante debió también su éxito a un mo­vimiento de opinión, el anticlericalismo, y más que los Misterios acentuó el motivo socialista de las reivindicaciones obreras que se hará aún más radical en los Misterios del Pueblo (v.), después de la revolución de 1848. También aquí raptos, ángeles en lucha con demonios, proletarios y mujeres perdidas, pero de alta moralidad en com­paración con aristócratas mancillados por todos los vicios, brindan los elementos para las más extraordinarias e imprevistas aven­turas, con una caricaturesca acentuación de las tintas sentimentales, con una inverosi­militud psicológica, un exceso de lo pinto­resco y lo teatral, que representan un re­troceso respecto al realismo más cuidado de los Misterios. De la novela, el mismo autor extrajo un drama, estrenado con gran éxito en 1849.

P. Onnis