[Le Horla]. Volumen de narraciones de Guy de Maupassant (1840- 1893), publicado en 1887. La primera historia, que da título a la obra nos presenta, bajo la forma de un diario, las terroríficas fantasías de un individuo obsesionado por la misteriosa presencia de un ser sobrenatural al cual da el nombre de «Horla». El Horla viene a ser algo así como un incubo de raigambre medieval; pero no es un mero espíritu, ya que posee cuerpo, hecho de una materia invisible e impalpable, fuera del campo de nuestros sentidos; capaz de raciocinio igual que los hombres, es una especie de superhombre que se apodera de un individuo, le impone su propia voluntad hasta convertirle en esclavo suyo y absorbe para sí la energía vital de la víctima. El manuscrito que contiene esta impresionante confesión queda interrumpido bruscamente, como si el protagonista hubiese enloquecido.
La obra desconcertó no poco a los lectores de Maupassant, y fue luego relacionada con el triste fin del autor, como si hubiese plasmado en ella todas sus turbaciones psíquicas. En realidad, es de carácter netamente literarionaturalista, y sus precedentes, más que en los ejemplos de Hoffmann y de Poe, hay que buscarlos en la gran boga de los estudios de Charcot sobre fenómenos y enfermedades del sistema nervioso. El tema de una mente trastornada por el terror ante lo sobrenatural aparece de nuevo en una narración de las más bellas y conocidas, «La posada» [«L’auberge»]: el joven montañés suizo Ulrich Kunsi debe pasar el invierno por vez primera, como guardián, en un gran albergue de alta montaña, junto con su compañero, más viejo y experto, Gaspard Hari; pero como éste no vuelve de una expedición de caza, se cree perseguido por su alma y en su prolongada soledad enloquece. En el resto de la colección encontramos la acostumbrada serie de anécdotas salaces, cínicas o graciosamente sentimentales («Le signe», «Au bois»); algún cuento de tono trágico más bien fácil y forzado («Le diable»); un par de vigorosas narraciones que insisten en el tema de la sátira antiburguesa («Une famille», «Le vagabond»), y la inevitable historia de guerra («Les rois»), que en este caso es muy bella, en su peculiar comicidad ribeteada de horror.
«Amor» [«Amour»] es la breve narración de un cazador que ha matado a una cerceta y se siente impresionado por el desesperado dolor del macho, el cual se arroja literalmente contra el fusil que le amenaza: unas pocas páginas, pero de rara eficacia. En «Clochette» el autor evoca con punzante melancolía la querida y triste figura de una pobre mujer que alegró con sus cuentos su infancia. «El marqués de Fumerol» [«Le marquis de Fumerol»] es un pintoresco esbozo que narra con incomparable brío las extravagantes escenas de la muerte de un viejo vividor impenitente. Pero la obra maestra es la pequeña narración titulada «El agujero» [«Le trou»]. Leopold Renard, honrado tapicero de París, fanático de la pesca con caña, en el transcurso de una de sus excursiones dominicales se ve empujado a provocar la muerte de un hombre; llevado ante el tribunal e invitado a disculparse, expone el hecho: una narración sencilla y llena de color, de la contienda con un pescador rival y de la reyerta surgida entre las dos esposas, en la que se vio obligado a intervenir, acabada, contra su intención, con la trágica zambullida del adversario en una peligrosa hondonada del río; una historia que se desarrolla de detalle en. detalle con pasos tan felices y con tan perfecta y profunda simplicidad, que alcanza sin discusión las cimas del arte.
M. Bonfantini