[L’uomo dal flore in boca]. Diálogo en un acto de Luigi Pirandello (1867-1936), estrenado en 1923 y sacado con pocas variantes de su novela corta «Café Nocturno». Este breve acto se desarrolla de noche, en un café, entre un hombre sobre el cual pesa un pronóstico de muerte (afectado de epitelioma, «la flor en la boca») y otro que ha perdido el tren y está obligado a pasar la noche sentado ante una mesa de café. Pero el diálogo se reduce a un largo monólogo del hombre a punto de morir, que’ analiza sus sensaciones, sabiendo que son las últimas, con el alma, turbada por aquella condena. Así, dice: «es imposible que las casas de Avezzano, las casas de Mesina, si hubiesen sabido que el terremoto que dentro de poco las iba a derruir hubieran podido estarse tranquilas bajo la luna, ordenadas en fila a lo largo de las calles y encías plazas. ¡Las casas de piedra y vigas se hubieran escapado!».
Aquí se revela el impresionismo pirandeliano: la voz humana, a la puerta de lo sensible, y más que nunca sombría y sensitiva. Al hombre de la flor en la boca, tan tristemente lúcido, se presentan más claros el sentido de la pérdida, y la comparación de todo conocimiento: nada de quejas, de remordimientos, de recuerdos, sino la inmediata presencia de cosas que hacen mucho más queridas aún la certidumbre de tener que abandonarlas. Ninguna experiencia puede prevalecer sobre esta soledad y esta angustia ante la muerte, presente en la vida misma. Esta meditación pirandeliana es un soliloquio desesperado y adherido a los sentidos. El resultado de la muerte es un fin de los sentidos, la esperanza una realidad de los sentidos. Así, la muerte es una fuerza misteriosa y sensual que continúa siendo natural a pesar de toda tentación de la civilización, de todo halago. Y la intensidad de este «acto único» se deriva justamente de la inmediatez de la sensación.
G. Guerrieri