[La grande peur des bien-pensants]. Obra de Georges Bernanos (1888-1948), publicada en 1931. Bernanos había escrito ya varias novelas, pero fue sin duda la biografía de Edouard Drumont, o, mejor dicho, el libelo que tomaba como pretexto la vida del autor de La Francia judía [La France juive], lo que le permitió imponerse definitivamente al público. No es preciso, ni cabe, exigirle que sea un biógrafo al pie de la letra. Hace historia del mismo modo que Péguy busca las fuentes más en el fondo del corazón de su modelo que en los textos.
Treinta años de la historia de Francia, de 1870 a 1900, forman la trama de El gran miedo, pero se trata de una historia transformada, recreada en el alma de Bernanos, y por la cual los hombres de fichero se mostrarán justamente severos, si se acepta su punto de vista. ¿Quién reconocería a Drumont en el retrato que de él da Bernanos? El autor de El gran miedo ha hecho del polemista de la «Palabra libre» [«La libre Parole»] una especie de gigante mítico, un personaje de otro mundo. Titán en los choques con los republicanos, los parlamentarios y los judíos, ciertamente, pero casi otro tanto con los «bienpensantes», conservadores, timoratos, sacerdotes dóciles y obispos diplomáticos que no se esfuerzan más que en atraerse el favor de aquellos que se burlan de ellos y es finalmente, vencido por ellos. Es éste el relato que Bernanos considera como la agonía de la Cristiandad. «La Cristiandad morirá», dice en su conclusión. «Es posible que no sea ya más que un sueño…». Es preciso confesar que parece ser que a Bernanos le agrada defender las causas perdidas. Si él se transforma en el abogado de Drumont, es que la suya es una causa perdida. ¿Por culpa de quién? De los bienpensantes. Es a éstos a quien Bernanos no perdona. No les odia, al contrario, es con la fuerza toda de su amor por aquellos que él sabe muy bien que son, a pesar de su cobardía o de su estupidez, la carne mediocre, herida y doliente de su Iglesia, que los denuncia. La querella de Bernanos es la de un hombre decepcionado, pero que no se resigna de ningún modo.
El «gran miedo de los bienpensantes», más que los ataques de la república anticlerical de Ferry y de Combes, es el causante de la muerte de la Cristiandad, del abatimiento de Francia. Es decir, que la República, para Bernanos, nada habría podido contra la Iglesia, si no hubiera hallado en la Iglesia misma la complicidad de la cobardía de los conservadores y de los liberales cristianos, los cálculos políticos ridículos de los obispos que, con toda clase de concesiones, se esforzaban en conseguir los favores de un régimen que no logró su cohesión sino a causa de su lucha anticlerical. Bernanos dispara contra todos: contra los burgueses enloquecidos por la Commune y que, sosteniendo la represión de Thiers, preparaban la escisión de la Iglesia y los obreros; contra el mariscal De Mac-Mahon y los hombres del 16 de mayo, contra su complicidad con sus adversarios, sus dudas ante un retorno de Enrique V; contra los hombres del «Ralliement», y aquí las iras del autor alcanzan a los más altos dignatarios de la Iglesia; contra los católicos reunidos que, con ocasión del «affaire Dreyfus», en lugar de apoyar a Drumont y las ligas nacionalistas, unieron sus voces a las de la «Acción liberal» para no alcanzar sino un gran desastre electoral. El Bernanos que escribió El gran miedo es todavía el «camelot du Roy» de la preguerra de 1914 que ardía en deseos de eliminar la República y restaurar la Monarquía, la Cristiandad, la Iglesia; un Bernanos «activista» que hace, a propósito de una máxima política de Bismarck, un elogio de la Fuerza como fundamento del Derecho, lo cual no deja de recordar ciertos temas de los pangermanis- tas de la alemania imperial.
Sin embargo, ya empieza a verse clara ahora la postura de Bernanos, que después le llevará a la ruptura con Maurras: lo primero que él reprocha al gran maestro de la Acción Francesa es precisamente el que también él conociera el gran miedo de los bienpensantes. Y a todo esto, ¿dónde está Drumont? Aparece intermitentemente, pues se eclipsa de pronto para dar paso a los inflamados comentarios del autor, que se preocupa mucho menos de la época de la «Francia judía» que de la suya propia… Si bien exalta alguna vez al Drumont popular, al del éxito periodístico, al escritor de las grandes ediciones, al jefe de las bandas antisemitas, parece éste, sin embargo, mucho menos próximo al corazón de Bernanos que aquel otro Drumont humillado, olvidado, solitario, vencido, que en vano ensayó el despertar las energías de la raza y la fe militante de los católicos. Bernanos ofrece aquí el testamento de su propia juventud, de sus entusiasmos, que él no espera en absoluto ver cumplidos jamás. Su libro, más que un libelo político, es un testimonio y un recuerdo. Libro desesperado, que clama a la Cristiandad más como a un sueño que como a un futuro, El gran miedo de los bienpensantes será siempre, antes que una biografía, una novela política.