[Le fondement de l’induction]. Tesis doctoral del filósofo francés Jules Lachelier (1832-1918), leída en la Sorbona y publicada en 1871. Discípulo de Ravaisson, Lachelier representa en la filosofía francesa del siglo XIX un caso culturalmente aislado: Lachelier fue el primer kantiano original en Francia, en la época en que Janet y Boutroux exponían honestamente a Kant sin saber desarrollar sus gérmenes idealistas. Lachelier pasa por el kantismo para llegar a un idealismo dinámico y religioso expuesto con el rigor y la probidad propios del filósofo, y cuya influencia en el pensamiento francés posterior se debe más a ciertas conclusiones que al método exasperadamente lógico y a la indicación de una directriz de mentalidad y cultura. Lachelier, afrontando el problema de la inducción en sus términos clásicos — que es lo que autoriza al pensamiento a pasar de una experiencia limitada a una ley universal—, después de haber discutido y excluido las explicaciones de la causalidad dadas por las escuelas contemporáneas del positivismo y eclecticismo, adopta una posición valientemente idealista; la cual, ante todo, es una confirmación de los resultados de la primera crítica kantiana, de la cual recoge la validez de la causa como función «a priori» que legitima el determinismo científico. Pero la causa eficiente es un fundamento inadecuado de la inducción: «si en la naturaleza todo debiera explicarse mecánicamente, ¿qué son la espontaneidad de la vida y la libertad de las acciones humanas?» Aquí interviene necesariamente la idea de la finalidad, que Lachelier, sin embargo, desarrolla independientemente de la Crítica del Juicio (v.) de Kant.
En el campo del pensamiento y en el campo de la existencia, la realidad no es aplicable sino como la producción de compuestos que constituyen por esto mismo la síntesis, la causa final de los fenómenos componentes; no basta, pues, considerar la idea de causa final como una función «a prior i», a la manera de una categoría, puesto que la finalidad es al mismo tiempo la categoría del pensamiento y la del ser. De manera que el finalismo se presenta aquí no como un punto de vista opuesto al mecanicismo, sino como una exigencia superior al mecanicismo, que no niega si no es para absorberlo, como un momento dialéctico inferior. Por lo tanto, el verdadero fundamento de la inducción se convierte no ya en la idea de causa eficiente, sino en la idea de causa final: la libertad. Este motivo idealista va siendo cada vez más explícito en un posterior ensayo de Lachelier, publicado en la «Revue philosophique» (1885), Psicología y metafísica [Psychologie et Métaphisique], y unido al precedente en la edición de Alean del año 1896. Lachelier tomó como punto de partida un examen crítico de las negaciones positivistas y de las insuficientes afirmaciones eclécticas de la aprioridad de la razón, de la libertad, del espíritu, y determina el campo de una investigación psicológica del espíritu; pero el espíritu en sí, la verdad, el ser, no pueden resultar de un análisis, y sí de la reconstrucción sintética (que es propiamente la metafísica) de una realidad que se pone y construye por sí misma, de una manera infinita y permanente, el instante de la cual, su duración, la causalidad mecánica, son los primeros símbolos: producción trascendental que culmina en la libertad.
De estos ensayos falta el desarrollo religioso, al que Lachelier dirigió luego su idealismo, según los testimonios recogidos por sus discípulos, y concretamente por Séailles. La vitalidad de algunos motivos expuestos en los dos ensayos fundamentales se manifestó en la crítica del determinismo científico que tuvo sus máximos exponentes, si bien en direcciones totalmente diversas, en Bergson y en Blondel, aunque en este caso está justificada por una metafísica que es también siempre realista. «Temo — escribía precisamente el propio Lachelier — que el espíritu de mis contemporáneos sea incurablemente realista».
U. Segre