Obra publicada en 1654. El autor señala, en el prólogo, la intención de la obra. Dios «ocupóse en la creación seis días — escribe Zabaleta —, el séptimo se retiró a sí mismo, que es lo mismo que al cielo. Enseñó a los hombres a trabajar como humanos, y a que de cuando en cuando tuviesen un día de divinos. Mandóles santificar las fiestas: esto es, hacer santos algunos días. La palabra santo, quiere decir cosa sin tierra. Quiso que tuviesen algunos días de cielo. Cada semana hay un domingo; no tiene más de siete días la semana. Cada siete días quiso Dios que los humanos fuesen celestiales… Instituyóles en la ley de gracia la misa. Mandóles que en los días santos la oyesen…
Pero, ¿cómo usan los hombres de estos días?». La obra trata, pues, de cómo una serie de personajes de la época se sirven de la mañana de los días de fiesta. Consta de veinte capítulos, y cada capítulo relata la historia de un personaje desde que éste se levanta de la cama, por la mañana, hasta que ha oído misa. Los capítulos, en apariencia, no guardan, entre sí, una relación de unidad, la cual es sólo insinuada por el uso pecaminoso que todos ellos hacen de la fiesta y el lugar — Iglesia — y acto — Misa — a que tienden, más que por devoción, por rutina. Los elementos de que consta, substancialmente, cada capítulo son, pues, las circunstancias en que se manifiestan los personajes durante la mañana de los días de fiesta y su actitud durante la misa. Por lo tanto, la obra está constituida por dos vetas distintas y, a la vez, coincidentes: la descripción de costumbres y la sátira moralizadora.
Por las páginas de la obra desfilan, vivos, palpitantes, el galán, cuya frivolidad le sujeta a las exigencias ridiculas del barbero y el zapatero; la dama; el enamorado; el adúltero que, en el templo, se ríe interiormente del marido de su dama; el celoso que ve, en cada rincón, la sombra de la duda; el don Juan que requiebra desde la vulgar criada de un vecino a la dama preñada que encuentra por la calle; el hipócrita, del cual se sirvió, unos años más tarde, Moliere en la comedia El hipócrita (v.); los desatinos del cortesano que el autor califica de bastardo; el dormilón que, por levantarse a las doce de la mañana, se queda sin oír misa; el jugador; el poeta, el cual no es más que un instrumento; el calvo que se esconde detrás de una peluca postiza; las peripecias de quien se siente dominado por la gula en los días de Pascua de Resurrección, de la Cruz de Mayo, de Nuestra Señora de Agosto y de San Andrés; el que espera, en la corte, su legítima recompensa y los que solicitan, inoportunamente, los favores del príncipe; el agente de negocios cuidadoso y el descuidado; el vengativo, el cual «sale de casa, el paso lento, el ceño obscuro, el semblante triste y el corazón enemigo» y acaba en la cárcel; el cazador que pierde la misa y ha de comer, cansado y maltrecho, un pedazo de queso; el avariento; el linajudo, que sólo vive de su orgullo de clase; y el galán que, en el día de Corpus, sólo goza admirándose y sintiéndose admirado. Zabaleta se sirve, en su prosa, de todos los recursos vigentes en la estética barroca.
Es característica la minuciosidad con que describe determinadas escenas —por ejemplo: el desayuno del glotón en el cap. XIII —; el estilo formado sobre esquemas filosóficos escolásticos; su capacidad para la caricatura, la metáfora y la comparación; etc. La metáfora, a veces, es casi una greguería: «pénense todos de rodillas, y él se queda ni de rodillas ni en pie, hecho cinco de guarismo». El retruécano, hábil, es otro de los rasgos más frecuentes del estilo de Zabaleta: «desventurados avarientos, que tenéis bienes y andáis buscando males».
J. Molas