[Der Verbrecher aus verlorener Ehre]. Novela corta de Friedrich Schiller (1759-1805), del año 1786, que, junto con la novela incompleta El visionario (v.), constituye la única notable producción narrativa de este poeta. Tras el período volcánico de los grandes dramas juveniles, este paso a la novela corresponde a una necesidad de frío análisis, acaso para explicar, con la mayor exactitud psicológica posible y según una necesidad interna, los acontecimientos humanos. El argumento es la verdadera historia de un jefe de bandidos suevo, cierto Schuwan, «el huésped del Sol», ajusticiado en 1760. Pero no son los hechos lo que interesa a Schiller, sino los motivos; quiere demostrar que los seres malvados no lo son siempre por naturaleza, sino que lo son porque los pervierte la sociedad. El «huésped del Sol» hereda, un muchacho todavía, una mísera taberna; deforme y por ello mal mirado por la gente, no hallando amor, trata de comprárselo a una muchacha infiel, Juana, y como carece de medios, se hace ladrón en los bosques. Su rival, el cazador Roberto, le sorprende in fraganti y lo lleva a la cárcel. Expiada la culpa, vuelve ya tratable y ávido de simpatía humana a su país; pero nadie quiere reconocerlo, nadie le da trabajo, hasta un niño le rehúsa la limosna, y entonces él, desesperado, se da a la caza prohibida y esta vez le condenan a una fortaleza, donde halla la compañía de los más vulgares delincuentes, cayendo cada vez más bajo en su depravación moral.
Salido de la fortaleza, mata por venganza a Roberto y termina como jefe de una cuadrilla de bandidos. Al estallar la guerra de los Siete Años, espera poder salir de su banda ofreciéndose honradamente como soldado, pero sus instancias al príncipe del país quedan sin respuesta. Arrestado luego como viandante sospechoso, es tratado con gran humanidad por el funcionario que representa la suma autoridad en el distrito, y él, conmovido por esta humanidad, se da a conocer y se entrega voluntariamente a la justicia. Escuchamos de sus labios su propia historia, cuando la confiesa antes de morir al sacerdote. El problema presenta analogías con el de la narración de Kleist Miguel Kohlhaas (v.)» aunque el modo de tratarlo sea distinto: en Kleist el tono es esencialmente épico, en Schiller, es psicológico; pero también aquí se desarrolla la narración con sobriedad y eficacia verdaderamente magistrales.