El Crepúsculo de un Mundo, Franz Werfel

[Aws der Dámmerung einer Welt], En este libro, publicado en 1937, el escritor austríaco Franz Werfel (1890-1945) recopiló lo mejor de su producción como cuentista (aparecida en años anteriores en forma suelta), compo­niendo una especie de amplia sinfonía, cuyo preludio (Prólogo), en forma de ensayo, titulado «El Imperio austríaco», canta un mundo desaparecido, idealizado por la nos­talgia de un poeta: la vieja Austria antes del derrumbamiento determinado por la primera guerra mundial (1914), tal como la conoció, sintió y amó, y como la recuerda, en el nuevo mundo surgido de dicho de­rrumbamiento, uno de sus mejores hijos. Hermosísima evocación de un mundo, en el que por encima de las divisiones nacio­nales palpitaba la «humanidad» en sus más altas manifestaciones espirituales — idea, poesía, música: valores históricos, sociales, artísticos.

Al «preludio» siguen los diversos «tiempos» de la sinfonía: cuentos largos y novelas breves, cuyo tema está anunciado por el autor en rápidas síntesis introducto­ras y aclaratorias. Su unidad profunda está precisamente en el mundo del que nacieron: la vieja Austria, muerta tras un largo «cre­púsculo» y una trabajosa agonía. Pequeña vida y pequeños amores [Kleine Verhaltnisse, 1931] es el primer cuento del ciclo; relata el carácter y aventuras de un mu­chacho de once años; su despertar erótico en el ansia amorosa por una hermosa mu­chacha ya madura, la institutriz, y su des­pertar social en su amor por los pobres. Las pequeñas tempestades interiores se apa­ciguan empero con el adormecimiento de una vida burguesa bien protegida, con la que choca la decorosa pobreza de la insti­tutriz, con sus fugaces relaciones amorosas sofocadas en la melancolía de una pobre existencia sin luz. Como fondo, la antigua capital de Bohemia, Praga, con la sombra tétrica de sus cien torres. En la misma ciu­dad se desarrolla el cuento Aniversario del examen de madurez [Abituriententag, 1928], o Historia de una culpa juvenil.

Los gra­duados de una misma promoción de liceo se reúnen 25 años después en un banquete, y en dicha ocasión, en el contraste entre las diversas personalidades llegadas a la edad viril con lo que fueron en la adolescencia, se revive la antigua vida de escuela con las vicisitudes y extravíos de la juventud: vuelve especialmente al recuerdo de uno de los exestudiantes, ahora ‘alto funciona­rio de Justicia, la historia de una culpa cometida contra un amigo y compañero judío, víctima — por fatal destino de su raza — de la maldad ajena, inconsciente­mente estimulada por su superioridad inte­lectual. La evocación afronta el problema tremendo de la culpa: el hombre que ani­quila espiritualmente a otro hombre, se ani­quila, en el fondo, a sí mismo, por cuanto el remordimiento de la culpa cometida en­venena toda su vida. La breve novela, que tiene una solución inesperada, se impone con una alucinante fuerza de sugestión. Si­gue el cuento El alma sin vínculos o Hermanito y hermanita: la antigua fábula del amor fraternal decepcionado, transportada a la vida moderna. Hermano y hermana caminan de la mano afectuosamente, hasta que la malvada bruja (aquí la insidiosa ciudad de Berlín) arranca al hermano (vio­linista) del lado de su hermana. Y ésta, con maternal solicitud, abandona la Salzburg natal para acudir y salvar el alma del her­mano perdido. Lo encuentra embrujado por la vida berlinesa y por los lazos de otra mujer: ya no es suyo.

Al poco rato, en una plaza de la metrópoli, es arrollada por un autobús. ¿Desgracia? ¿Suicidio? Transpor­tada a un hospital y sometida a una ope­ración, su alma narcotizada, es decir, des­vinculada artificialmente de la envoltura corpórea, reproduce su dolorosa aventura con la milagrosa claridad de una realidad integral, libre de los límites terrenos del tiempo y el espacio, completamente pre­sente y absoluta como «un más allá del más acá». Este cuento había aparecido en una recopilación precedente titulada Se­creto de un hombre [Geheimnis eines Mens- chen, 1927], que comprendía además «El secreto de Javier», «Escalera de posada», «Casa de luto». «El secreto de Javier» es la historia de un falsificador de cuadros: con una voluntaria nebulosidad, que no revela el último secreto del hombre (un genial triestino, que engaña a los más ex­pertos conocedores de arte), está tratado el problema de la falsificación, una especie de suicidio metafísico, mediante el cual un in­negable talento artístico, extraviado por un demonio interior, pone todo su empeño en destruir el propio Yo con el fin de que ni siquiera Dios lo reconozca, sacrificando su personalidad entera al triunfo de la fal­sificación. Con otro género de suicidio in­consciente termina el breve cuento «Esca­lera de posada»: una hermosa jovencita, hija de un exministro de Francisco José, rígidamente fiel a la tradición, al quedarse algunos días sola en una posada, tiene una fugaz aventura nocturna que la turba du­rante una semana con el miedo a sus con­secuencias; luego todo se resuelve quedando felizmente en nada.

La aventura está narra­da en un soliloquio que dura el tiempo em­pleado por la muchacha en subir, por la noche, la escalera de la posada; y ya en lo alto, desde la balaustrada del quinto piso, se inclina a mirar, hacia abajo, al patio. Y el vértigo del abismo vence toda resistencia; sin causa lógica cede a la tentación encan­tadora del vacío. La muerte del pequeño burgués [Der Tod des Kleinbürgers, 1926] es una magistral representación simbólica del fin de un mundo, que lucha heroica­mente para no derrumbarse antes de haber asegurado la salvación de un ínfimo retazo de sí mismo. El héroe es un exconserje imperial, que lleva impresa en el rostro la efigie de su venerado emperador. La mise­ria de la postguerra influye también sobre su pequeña vida burguesa; quiere salvar los ahorros para la pequeña familia que le ha de sobrevivir: un «seguro de vida» le promete el premio después de haber cum­plido los sesenta y cinco. Hasta dicha fe­cha, pues, defenderá su vida como algo sagrado; contra una increíble conjura de enfermedades que caen sobre su cuerpo, lucha con sobrehumana energía, consiguien­do, por un milagro del espíritu, imponer a la muerte el término fijado por su voluntad. A la representación trágica sigue, no me­nos espectral, la satírica en el cuento Casa de luto.

Contrasta con dicho título la ex­presión alemana «casa de placer», que co­rresponde a prostíbulo. De eso se trata, en efecto: pero el local se distingue de todos los demás del género por cierta singular dignidad de tradición. En el corazón de una capital del Imperio se dan cita personali­dades conspicuas, de las más elevadas es­feras sociales. El elemento femenino, en cambio, está provisto por las diversas razas sometidas al Imperio: hermosas muchachas, en su mayoría del campo, que conservan en su oficio una sana y vigorosa ingenuidad agreste, característica de la vieja Austria en esta clase social. La desenvuelta mez­colanza simbólica de clases y estirpes en la clandestina vida nocturna, queda truncada por la noticia inesperada del asesinato de Sarajevo. El local se vacía en un santi­amén. Aquella misma noche muere repen­tinamente el dueño del negocio y la casa de placer se transforma en casa de luto. La no menos desarrollada y simbólica trans­formación está retratada con pintoresca y humorística eficacia: mientras afuera, por un capricho del destino, se hunde y trans­forma un mundo. [Trad. de Juan José Permanyer e Ignacio Rived (Barcelona, 1951)].

C. Baseggio