[Il padrone sono me!]. Novela de Alfredo Panzini (1863- 1929), escrita entre 1918 y 1922, año de su publicación. Corresponde, literariamente, al momento más agudo, aunque resolutivo, de la «crisis» que se produjo en su alma por reflejo de algunos trastornos sociales y morales de guerra y posguerra, y que se manifestaron al principio en el Diario sentimental de la guerra (v.) y en la Virgen de Mama (v.). Se narran en esta novela, en la persona de un joven campesino de la Romaña, Zvani, las vicisitudes de que fue espectador y actor, y gracias a las cuales, de mozo al servicio de una acomodada familia burguesa propietaria de una quinta en la playa, consiguió, en la posguerra, con su natural astucia, llegar a ser el amo de la propiedad. Sin embargo el relieve del relato lo proporcionan los dos planos paralelos (aun cuando parezcan convergentes) y contrapuestos sobre los que se proyectan, en los recuerdos de Zvani, el mundo de los veraneantes, de los «señores», de los «amos», y el suyo, el de los campesinos; y por la fría y a veces cruel indiferencia con que son vistos y tratados los aspectos y acontecimientos de aquel mundo «burgués», aun los más dignos de respeto o lástima, como si pertenecieran a una distinta y lejana humanidad. Así la melancólica sabiduría del «amo», ilustre sabio que lentamente va al encuentro de la muerte; o el sacrificio de su infeliz hijo Robertino en la guerra; o la suave locura de la señora por esta muerte; o el fin, también glorioso (como enfermera en el frente) de Dolly, la extraña huésped de la que, jovencita al principio y más tarde ya casada, casi todos se enamoran, empezando por Robertino; o la misma destrucción de la familia, y tener que malvender la quinta ganada con un honrado trabajo.
El motivo geórgico más querido de Panzini, en el que mejor parece conciliarse su disidencia entre lo antiguo y lo moderno, la cultura y la vida, llega aquí a su más extrema e irónica modulación. Aunque también es cierto que a veces resuena, bajo la dominante ironía, y con mayor fuerza, la otra cuerda del humorismo panziniano: la elegía; así como debajo de la prosa sumaria y dialectal del ignorante Zvani, palpitan el gusto y la lírica sensibilidad del humanista Panzini. De manera que el libro, a pesar de ciertas aparentes facilidades o artificios, no sólo es narrativamente el más equilibrado y coherente de todas sus «novelas», sino que posee también un peculiar y genuino valor poético.
A. Bocelli