Es la comedia de intriga y enredo más conocida del mercedario en tres actos, publicada en 1635, pero compuesta después de 1618. Juana, noble pero pobre doncella de Valladolid, seducida por Martín, a quien su padre induce a pedir la mano de una rica muchacha madrileña, Inés, piensa que «raramente la habilidad no vence a la mala suerte» y va a Madrid disfrazada de hombre, con el fiel Quintana, para reconquistar a su amado. Martín se presenta a Inés, pero ésta prefiere al fingido don Gil, que llama, al no conocer su apellido, «de las calzas verdes», es decir Juana; y por Gil desprecia incluso al antiguo pretendiente Juan.
Juana, todavía no satisfecha con el primer disfraz, se hace conocer también por Inés como mujer, bajo el nombre de Elvira, para tener manera de contarle la infidelidad de Martín en sus relaciones. Quintana hace creer a Martín que Juana ha muerto de parto, de modo que éste acaba creyendo que el misterioso don Gil que le tiende múltiples lazos y le disputa con fortuna a Inés, es el espíritu inquieto de la mujer abandonada. Por fin, cuando las cosas parecen ir a tener consecuencias judiciales, Juana revela su juego y reconquista a Martín mientras Inés, viendo que el suspirado Gil es una mujer, se contenta con Juan.
Toda la comedia se basa en la tensión creada por el juego de equilibrio de las ficciones de Juana, la cual a cada momento parece ha de caer en el engranaje de sus propias y complicadas mentiras, pero al fin, a través, de los más emocionantes contratiempos (en un momento dado están en escena cuatro don Giles, todos naturalmente falsos, de modo que el mismo astuto Caramanchel, el «gracioso» que hace de criado del supuesto don Gil inicial, llega a temer que se encuentra verdaderamente ante un alma del Purgatorio), consigue conquistar a Martín, que le había parecido cierto día «un joven Adonis, que enamoraba a mil Venus y daba celos a mil Martes», pero que en realidad es un joven más bien gris, conciliador y oportunista, que fatalmente ha de ceder a su voluntad.
Con Inés, caprichosa e impulsiva, felicísima en sus rabietas celosas, contrasta su prima Clara, también enamorada del hermoso don Gil y lo bastante audaz para adelantarse a declarárselo. Esta comedia, pues, como otras del agudo fraile mercedario, es la exaltación de la habilidad, del garbo, de los deliciosos suspiros de las mujeres. Es un arte que capta el instante luminoso. El voluble juego del sentimentalismo femenino lo da con rápidas transiciones, llenas de sobreentendidos, y subrayado por una sonrisa de indulgente ironía.
F. Meregalli