Demodoco o Del Deliberar, Platón

Diálogo atri­buido en la antigüedad a Platón (428-347 a. de C.), pero con toda seguridad apócrifo. En la primera parte se tratan tres cuestio­nes: qué valor tiene el hecho de reunirse para deliberar; si es justificado el celo de los consejeros; qué utilidad tiene el sufragio de los deliberantes. Sobre la primera cues­tión, si se pueden dar consejos justos, ello es posible sólo a base de una ciencia a que podamos referirnos; ahora bien, si esta ciencia la poseen todos los deliberantes, importaría lo mismo que hablase uno por todos; si ninguno de los deliberantes la po­see, la deliberación no tiene razón de ser. Por consiguiente, en todos los casos la de­liberación resulta inútil. La segunda cues­tión es fácilmente resuelta a base de la primera: si todos los deliberantes son com­petentes, darán el mismo juicio; por con­siguiente, bastaría que lo diese uno solo; su celo, pues, no tiene ningún sentido. Sobre la tercera cuestión, el sufragio es inútil, visto que los deliberantes no pre­tenderán nunca juzgar los consejos de los competentes, y en cuanto a los incompe­tentes deberá procurarse eliminarlos como consejeros.

La segunda parte del diálogo trata de una cuestión judicial: si, para actuar contra un acusado, es necesario oír al acusador y al defensor, o si el segundo es superfluo. Un interlocutor sostiene la primera tesis, afirmando que la verdad nace del careo; pero el otro interlocutor lo re­bate sofísticamente: ¿cómo puede la ver­dad, que no se revela en las palabras de uno solo, revelarse en los discursos contra­dictorios de dos adversarios? La tercera parte trata del que pide en préstamo: si no consigue obtener lo que pide, ¿es culpa suya? Sí, ciertamente, porque está claro que o bien ha pedido cosas imposibles, o no ha sabido emplear medios convincentes. La cuarta parte versa sobre la cuestión de la confianza: ¿es mejor fiarse de los des­conocidos, de los parientes o de los amigos? La cuestión queda sin resolver, porque tan­to los desconocidos como los amigos pue­den ser dignos de confianza, como pueden engañarse y engañarnos. Esté diálogo re­fleja claramente la influencia del método de razonamiento sofístico: y quizá no sea más que un mero ejercicio dialéctico.

G. Alliney