Declaración en Forma de Diálogo, Ramón Llull

[Declaratio Raymundi per modum dialogi o Líber contra errores Boetii et Sigerii]. Obra del filósofo y místico español Ramón Llull (Raimundo Lulio, 12359-1315?) compuesta en París en 1298. Es un comentario de las 219 proposiciones condenadas el 7 de marzo de 1277 por Étienne Tempier, obispo de París, extraídas de las enseñan­zas de algunos maestros averroístas, espe­cialmente Sigier y Boecio de Dacia, de otros simplemente peripatéticos, y de libros de nigromancia y otras supersticiones.

Los fi­lósofos antiguos, erraron porque ignoraron los grandes principios cristianos sobre la vida divina, la Encarnación, la Creación y la Resurrección universal, misterios que de­terminan el destino del hombre. Ni Aris­tóteles ni Platón, sino Cristo, es la verda­dera vida. El verdadero modo de filosofar ha entrado en la filosofía con el hábito de la fe. Con los agustinianos, sostiene Llull que la materia no es una pura potencia —como quería Averroes—, que Dios puede multiplicar los seres sin materia, y que los individuos no difieren solamente por la «materia determinada por la cantidad» — como había propugnado Alberto Mag­no —. Las perfecciones o «dignidades» de Dios no son realmente distintas en él, sien­do Dios «puro acto», a diferencia de las cosas creadas. Ellas son el objeto del estu­dio de la teología y de la contemplación mística. Identificándose con Dios mismo, todas concurren activamente a su acción inmanente y a la «ad extra».

Para probar la creación del universo en el tiempo, basta con reflexionar que, si fuese eterno, la potencia de Dios se extendería más allá que su bondad y su infinidad, sólo comuni­cables en modo finito: lo cual es imposible, dada su perfecta igualdad de actividad (ar­gumento del que se halla un vestigio en la Trinidad (v.) de Ricardo de San Víctor). En particular, combate el averroísmo en su posición fundamental de separación ra­dical de la filosofía y la teología, según la doctrina de «doble verdad» de los seguidores de Averroes. Subordina Llull la filosofía a la teología, porque mientras que el objeto de ésta es Dios, el de la metafísica son los seres vivientes. La revelación, sin embargo, corrige a la razón sin humillarla, sino por el contrario, elevándola hasta argumentos que ella no puede comprender por sí sola. De aquí la superioridad del pensador cris­tiano sobre el pensador infiel.

Critica tam­bién la tesis averroísta de la unidad de las almas, o mono psiquismo, remitiéndose al testimonio de la conciencia: «Si el intelecto fuese único en todos los hombres, lo serían también la voluntad y la memoria, lo cual es contra la experiencia». Sobre todo arre­mete contra la teoría de la eternidad del mundo, propia de los filósofos que, igno­rantes de la Trinidad y de su vida eterna, atribuyen a Dios como operación suya eter­na e infinita, el mundo. Defiende también la libertad de Dios, a la que nada se impone, ni siquiera la Encarnación del Verbo, aun­que ésta fuera conveniente. La Declara­ción, sin presentar elementos originales, recoge y sistematiza en términos anti averroístas muchas posiciones lulianas en filo­sofía y en teología, iluminando el conjunto de su pensamiento.

G. Pioli