[De ira]. Es el tercero de los Diálogos (v.) de Lucio Anneo Séneca (4? a. de C.-65 d. de C.). Consta de tres libros y trata de este vicio, que el Cristianismo incluyó entre los siete pecados capitales. Para Séneca la ira no es una pasión según la naturaleza, sino en sus excesos: es natural el primer movimiento, la primera excitación dolorosa que se experimenta por la ofensa: incluso el sabio puede estar sujeto a ella. Pero sabiduría e ira son siempre y absolutamente inconciliables. Séneca reconoce en la ira el movimiento primero por el cual la sociedad de los hombres está siempre en lucha fratricida. Si realmente tuviera razón Aristóteles, que aconseja usar de la ira, y, por tanto, de la pasión en general no como impulso inicial sino como medio para lograr lo que uno se propone, los hombres no aprovecharían las menores acusaciones para declararse la guerra. La ira está en todos nosotros, en cuanto en estado latente, incluso en el sabio hay algo pasional: los principios del estoicismo suponen reducir al mínimo, ya que no es posible abolirlos, los efectos funestos de esta pasión. A su favor existe toda una literatura en prosa y en verso; se es héroe si se pone en las bellas empresas «la osadía de las iras magnánimas»; pero prudentemente, Séneca critica los argumentos en defensa de la ira, poniendo de relieve los fenómenos interiores del airado y del iracundo, óptimos son sus consejos prácticos: indulgencia al juzgar a los otros, y modestia al juzgarse a sí mismo. La neta polémica antiaristotélica se resuelve en una solitaria actitud precristiana, con lo que la vida dinámica de todo el mundo imperialista romano queda severamente juzgada.
F. Della Corte