Cyrano de Bergerac, Edmond Rostand

[Cyrano de Bergerac). Comedia heroica en cinco actos y en verso de Edmond Rostand (1868-1918), estrenada en París en 1897, y la obra más popular del teatro francés de «fin de siglo». Cyrano de Bergerac (v.), el bizarro poeta francés, polemista violento, filósofo de van­guardia, escritor teatral innovador y hom­bre de guerra, encuentra aquí una viva evo­cación, a la que contribuyen por un igual el marco y el drama.

Ya en el primer acto, en el excéntrico teatro del «Hotel de Bour- gogne», se muestra con los caracteres fun­damentales de su naturaleza: el amor a la bravata, que le impulsa a interrumpir una representación sólo porque sale un actor que le es antipático, el «preciosismo» literario, que le inspira una balada en el momento mismo en que se desafía con un gentil­hombre que trataba de oponerse a su domi­nio y el sentimentalismo que llena por en­tero su amor hacia su prima Roxane. Pero Roxane ama a un joven cadete de Gas­cuña, tan guapo como carente de ingenio, Christian de Neuvillette, teme por él las violencias de los colegas gascones, siem­pre dispuestos a tratar duramente a un no­vato, que además no es gascón, y se le ocurre ponerlo precisamente bajo la pro­tección del terrible espadachín primo suyo, ignorando la pasión que le inspira. Cyrano acepta y, como Christian, consciente de su pobreza de ingenio en una época en que todas las mujeres son «preciosas», se diri­ge a él para que le aconseje, helo aquí sumido en un juego escabroso que le embria­ga y le angustia. Escribe las cartas amoro­sas de su rival, le sugiere las palabras que habrá de repetir a la amada, llega incluso, en una famosa escena, a hacer él mismo, aprovechándose de la oscuridad, una de­claración particularmente vibrante a Roxane, dejándose, luego, sustituir cuando la joven, fascinada, se asomará al balcón para besarle.

También el conde de Guise ama a Roxane, pero la ayuda de Cyrano y las argucias de la joven estropean sus manejos; Roxane y Christian se casan por fin y al de Guise sólo le queda la venganza de ha­cer marchar al sitio de Arras a los cadetes mandados por él, y entre ellos a Cyrano y Christian. En el sitio, Christian muere el mismo día en que Roxane, siguiendo audazmente su inspiración, consigue reunírsele. La lejanía había obligado a su amor a vivir sólo en forma epistolar, o sea a través de la pluma de Cyrano: cartas de fervorosa pasión que habían impresionado profundamente a la muchacha. Y, poco antes de caer, el joven esposo había abierto por fin los ojos: Roxane ya no estaba ena­morada de él, sino, sin saberlo, de Cyrano; la confesión de la verdad había sido ya de­cidida entre ambos. Pero la muerte del ami­go sella los labios de Cyrano. Roxane se retira a un convento; durante quince años Cyrano la visita todos los sábados, viviendo con ella la dulzura del recuerdo. El día en que una teja lanzada a traición le hiere de muerte, Cyrano reúne sus últimas fuer­zas para hacer la última visita. Y es tam­bién el día de la casual revelación de todo su drama y de su pena; demasiado tarde: Cyrano se sume en un delirio de fantasmas heroicos, dejando a Roxane con la angus­tia de un amor dos veces perdido.

La co­media, como contrapunto de motivos líricos y emotivos, es perfecta; su clima es tan in-tenso que sofoca la misma personalidad de los personajes que no parecen vivir una existencia propia sino entregarse por ente­ro a la creación de un solo clima de fuertes emociones y de elegantísimos anudamientos de afectos. En ello radica, como se ha ad­vertido, su debilidad y, si se quiere, su fal­sedad; pero también en ello está su poesía sencilla, donde toda una tradición literaria y espiritual francesa, desde Honoré d’Urfé, hasta Scarron, Regnard, incluso Dumas padre y Richepin, parecen resumirse en de­corativa conmoción. Y el momento «román­tico» y grotesco que precede inmediatamen­te a la época clásica, revive colorido y so­noro. Cyrano, con su enorme nariz y el corazón de chiquillo, espadachín terrible y tiernísimo amante, personaje siempre apre­ciado por el espíritu francés que le ha en­salzado casi en todos los siglos, permanece como la última y gloriosa expresión del hé­roe del siglo XIX que, nacido con el ro­manticismo de Víctor Hugo, había de al­canzar en él toda su madurez. [Trad. en verso de Luis Vía, José O. Martí y Emilio Tintorer (Barcelona, 1899)].

U. Déttore

Aparecido después del espantoso teatro farmacéutico y procesal de Alejandro Du­mas, Cyrano fue como un delicioso vaso de vino fresco y perfumado después de una larga carrera por el polvo de las calles. (De Gourmont)

* En 1905, Johann Wagenaar (n. 1862) com­puso una obertura llamada Cyrano de Bergerac.