Es, con los tres Corales para órgano, una de las últimas obras del compositor belga César Franck (1822-1890) y una de las más perfectas manifestaciones de su arte. Escrito en 1889 y estrenado en Paris en 1890, ésta fundado, como el Quinteto (véase) para piano y cuerda, la Sinfonía en «re menor» (v.) y la Sonata para violín y piano (v.), sobre la «forma cíclica» y contiene cuatro tiempos. El primero, muy importante por la novedad y originalidad de su forma, costó a su autor un intenso trabajo preparatorio. En él se hallan asociados dos trozos distintos que se compenetran aunque viviendo, como dice D’Indy, «con vida propia, en virtud de una perfecta coordinación de sus varios elementos». De estos dos trozos el uno está construido en la «forma-lied», el otro en «forma-sonata».
El tiempo siguiente es un «Scherzo» de singular vivacidad y naturalidad; pese a su extensión fue escrito en sólo diez días. El tercer tiempo, «Larghetto», es una página profundamente conmovida, y meditativa, de gran pureza melódica, y de no menos equilibrio en sus proporciones. El «Final», en forma de «Allegro» de sonata, se inicia con una introducción, en la cual son representados los temas ya desarrollados en los tiempos precedentes; las dos ideas principales, además, tienen estrecho parentesco con los temas del primer tiempo, y se diferencian de ellos por su diseño y por su carácter informador. Se cuenta que Franck, en la primera ejecución de esta obra, como sorprendido por la acogida, insólitamente calurosa, del auditorio, dijo: «He aquí que el público comienza a comprenderme…». A los sesenta y ocho años, en los últimos meses de su vida, el autor de las Bienaventuranzas (v.) había conseguido su primer «gran éxito».
L. Córtese
[Franck] es la música personificada. (D’Indy)
Fue un músico puro; su obra puede ser estudiada por sí misma sin que haya nunca necesidad de hacer intervenir al hombre para explicarnos al artista. (Combarieu)
Más que otra obra cualquiera nos da la verdadera esencia de la música de Franck; especialmente en su movimiento inicial, en que el humor meditativo, la bella polifonía y la serenidad del fugado nos hacen pensar en el Beethoven de los últimos cuartetos. El «Scherzo» es alada alegría personificada… En su conjunto se trata de una obra de fresca inspiración, y hay en cada página suya una gracia pura y donosa de sonido, como tal vez no nos es dado encontrar en ninguna otra composición de este género. (H. Grace)