Novela histórica del escritor español Serafín Estébanez Calderón, conocido con el pseudónimo de «El solitario» (1799-1867), publicada en 1838 con el subtítulo «Novela lastimosa». Es la mejor y más larga de sus narraciones, casi todas de ambiente árabe.
La acción se desarrolla en una villa no precisada, en las cercanías de Ronda (provincia de Málaga), bajo el reinado de Carlos I. Sabido es que en aquel tiempo eran numerosos los moriscos, esto es, los moros que, convertidos al cristianismo — o por lo menos fingiendo convertise — habían preferido quedarse en España después de la caída de Granada (1492). El capitán don Lope de Zúñiga regresa de incógnito a la villa para encontrarse con su prometida María (Zaida, antes del bautismo). María, cristiana sincera, es sobrina de Gerif, cabecilla de los «cristianos nuevos», nombre con el que se designaba a los «moriscos». A la mano de María aspira también un primo suyo, Muley (Fernando, para los españoles), que ha regresado secretamente de Berbería con el intento de alzar la región. Para festejar los dieciocho años de la sobrina, Gerif ofrece una fiesta, durante la cual don Lope, que apenas se ha dado a conocer, y Muley llegan a las armas, respaldados por sus respectivos hombres. Muley es hecho prisionero y María, sabiendo que Gerif ha decidido darla como esposa a Muley, tras largas dudas, acepta huir con don Lope. Entretanto, éste recibe una carta de desafío de Muley, y por no manchar su honor de caballero decide batirse antes de la fuga.
La doncella deja la casa y se dirige en plena noche hacia el río en la otra orilla del cual don Lope se está batiendo con el moro. Éste es vencido pero a María le parece reconocer en los lamentos del caído la voz de don Lope, tropieza y cae en el agua. El perro y don Lope se precipitan detrás de la joven intentando salvarla, pero ninguno de ellos retorna jamás a la orilla y la historia termina en el misterio. La novela, sobre cuyo ingenuo final no es necesario insistir, tiene todas las características impuestas al tema, por su geografía y por su momento histórico. No hay en ella huellas de complejidad psicológica. En compensación la pintura del ambiente — y no sólo por lo que se refiere a lo externo, sino también por todo aquello que se refiere al clima religioso y moral de las dos razas — es magistral, y por tanto Cristianos y moriscos subyuga hoy al lector con la misma intensidad que cuando fue publicado. No en vano Cánovas del Castillo dijo sobre esta obra que a ella debe recurrir quien desee conocer lo que era, en la época de la conquista de Granada, una villa de la montaña de Ronda. El estilo es el habitual en Estébanez Calderón: complicado, alambicado, una especie de «rifacimentó» cervantino (Cervantes, en realidad, fue la gran pasión del autor). Incluso, superada la incomodidad que producen las primeras páginas, se descubren en la novela bellezas formales y un cuidado minucioso en eliminar la más pequeña vulgaridad de expresión.
F. Ros