[Liebesliederwalzer op. 52 y Neue Liebeslieder- walzer op. 65]. Composiciones para piano a cuatro manos y cuatro voces «ad libitum» de Johannes Brahms (1833-1897). La op. 52 (dieciocho piezas) fue compuesta en 1868, durante unas vacaciones junto al Rin. La op. 65 (catorce piezas) fue añadida a la primera serie en 1874. El texto está sacado, por el poeta Daumer, del folklore ruso y polaco, y consta de brevísimas poesías de tema amoroso: melancolías, caprichos, galanteos, enojos, en su mayor parte mantenidos en forma de juego aforístico, la segunda serie termina con una poesía de Goethe, sacada de Aleods und Dora: («Nunihr Musen, genug!»). Fuera de esta última pieza, que está en tiempo de «andante» de nueve por cuatro y tiene carácter de sosegada conclusión, todos los Liebeslieder están en tiempo y forma de vals o, más raramente, de «Laendler» (danza alemana también de tres por cuatro, pero de andadura más lenta). Representan efectivamente, junto con el Vals op. 39, el homenaje más importante de Brahms a esta danza tan amada por los compositores del Ochocientos, y al mismo tiempo tan simbólica del espíritu vienés. Adquiere particular significado también en un Brahms, autor típicamente nórdico y austero, el experimento de aproximarse a un espíritu como aquél, esto es, meridional y ligero.
Tanto más notable es, en efecto, el experimento, cuanto que Brahms no realiza aquí una libre interpretación del vals (como es evidente, por ejemplo, en el Vals (v.) de Chopin), sino que acepta completamente, sus breves estructuras formales, y no se permite siquiera substanciales libertades rítmicas. De manera que sería posible utilizar los «Lieder» como música de baile, no menos que los valses de Schubert. La escritura de estas piezas es sencillísima, pero una consumada y oculta conciencia estilística consigue evocar, sin embargo, por medio de alusiones encubiertas y fugitivas, el clima propio de Brahms, el color melancólico de su armonía y su característico ritmo sincopado (aquí magistralmente concentrado y reducido a lírico recuerdo): y por medio de mutaciones y sugestiones casi imperceptibles consigue una notable variedad expresiva, que muda de continuo la substancia si no las formas aparentes de las diversas piezas. Como descubierto pretexto queda, pues, como un franco propósito de «Unterhaltungsmusik», de despreocupado abandono a la danza, a la fruición de ritmo y de la melodía pura, al cantar por cantar: de frescura sin desmayos, no indigna, en los casos mejores, del inolvidable recuerdo schubertiano; pero el hechizo mayor es siempre el de percibir, en el fondo, los ecos de la melancólica meditación del gran sinfonista.
F. D’Amico