Famosa memoria del escritor español Fray Bartolomé de Las Casas (1470-1556), enviada a Carlos V en 1542, impresa en Sevilla en 1552. La obra fue escrita por Las Casas en 1539 para disculparse de las acusaciones que los colonizadores españoles le hacían por su apostolado en favor de los indios. En 1510 el autor se había trasladado a América y, después de haber recibido las sagradas órdenes, había iniciado la evangelización de los indígenas, encontrándose pronto en abierta lucha con el gobierno local por los violentos métodos de colonización, que Las Casas, en cambio, quería imbuir de una mayor humanidad y justicia. Para reprimir los abusos, Las Casas había hecho muchos viajes a la Corte de España, que le había proclamado «protector general de todos los indios» dándole la orden oficial de proveer a su emancipación. En 1520 consiguió la concesión de un territorio costero para poner en práctica su sistema, según el cual para civilizar a los indios, que él consideraba «buenos y dulces por naturaleza», bastaba convertirlos a la fe. Pero durante su ausencia los indios se rebelaron y mataron a los colonos blancos. Atacado por el gobierno y por el historiador Fernández de Oviedo, Las Casas, para disculparse, escribió su relación. Denuncia ásperamente el sistema de colonización introducido en las Indias por los españoles, basado en la violencia y la rapiña.
Contra las leyes humanas de la Corte que protegen a los indígenas, los colonos han introducido la «encomienda», es decir, el reparto territorial que, bajo el pretexto de la conversión y asistencia de los indios, autoriza la esclavitud más espantosa. La explotación económica del país se lleva a cabo con un trabajo inhumano al que no puede resistir un pueblo agotado por los malos tratos y marcado al hierro como los animales. La despoblación y la ruina del Imperio son consecuencias directas de tal sistema, si el gobierno no pone remedio. Arrastrado por su tesis, Las Casas no duda en inventar y dar fe a noticias exageradas, cifrando nada menos que en veinte millones el número de indios muertos y aceptando como dignas de fe noticias fantásticas, como la de que los conquistadores tenían la costumbre de realizar las expediciones acompañados por turbas de esclavos que servían de alimento a los perros de guerra. La obra tuvo gran resonancia en España y llevó a la abolición de las «encomiendas»; pero, más tarde, sirvió de arma a los países protestantes para sus calumnias contra la España católica. Desde el punto de vista de la filiación histórica hay que buscar en esta obra la formulación de la teoría del «buen salvaje», que a través de la apologética misionera debía originar el movimiento primitivista del que nacieron el ánimo de Rousseau, el regreso a la naturaleza y con ello el nuevo clima moral, político y estético del siglo XIX.
C. Capasso