Asuero en Roma, Robert Hamerling

También está caracterizado por un farra­goso simbolismo el poema épico en seis cantos de versos yámbicos Asuero en Roma [Ahasverus in Rom], del poeta austríaco Robert Hamerling (1830-1889), publicado en 1866.

El emperador Nerón (v.) va a parar a la taberna de Locusta, atraído por la figura extraña de un mendigo, Asuero, en quien intuye una concepción de la vida opuesta a la suya. La insaciable embriaguez de goces que domina a Nerón se manifiesta en los tumultuosos espectáculos que se producen más tarde en la taberna y, todavía más, en la bacanal que el emperador or­ganiza, con asistencia de Asuero, en los jardines de palacio, para hacerse honrar como el dios Dionisos. En esta fiesta Nerón encuentra a su madre, Agripina, disfrazada de diosa Roma, y se enamora de ella. Loco de celos cuando la ve en brazos de otro, jura vengarse; al día siguiente, mientras todavía continúan las fiestas, la hace morir ahogada. Entre tanto los excesos de la bacanal provocan graves consecuencias. La multitud, guiada por Asuero, incendia la ciudad, mientras la ebria tropa de las ba­cantes se dirige por las calles de la ciudad para, disfrutar de la nueva embriaguez.

Nerón, desde la terraza de su palacio, ad­mira el espectáculo de la ciudad en llamas y disfruta sobre todo viendo la muerte de los mártires cristianos aprisionados en el circo, bajo la amenaza del fuego y de las fieras. Más tarde, Nerón, cada vez más ator­mentado por su invencible hastío, sigue a Asuero a casa de un nigromante egipcio; y allí, con una terrible invocación, acuden los espectros de las víctimas, la primera de las cuales es Agripina. Pero el destino se precipita: Vindex está a las puertas de la ciudad, la plebe, furiosa, asalta el palacio. Ya solo, Nerón se refugia en las catacum­bas, conducido por la imagen de Asuero; y allí se mata ante el altar de Cristo. Con el insaciable frenesí de vida y de placer del mortal Nerón, rebelde contra la divini­dad, contrasta la figura del «hombre eterno», Asuero, el Judío errante, símbolo de la humanidad no sólo en sus aspiraciones in­quietas sino también en la anhelante nos­talgia de la muerte. En él encuentra de hecho su símbolo la descendencia de Caín, que ha traído al mundo el germen de la muerte. Sin embargo, la figura de Asuero está tan cargada de complejos y de signi­ficados mal definidos, que acaba a menudo por hacerse abstracta, mientras Nerón apa­rece como el verdadero protagonista, lleno de una fuerza demoníaca de acción y de ansias de goce.

En torno a los dos perso­najes principales, Agripina, soberbia y sen­sual; la cándida bailarina Attis; el moro remendón Tigelino, compañeros de orgías de Nerón y el estoico Séneca, están dibu­jados con plástica claridad. Son de colorida y brillante fantasía, en tono ditirámbico, las páginas que describen el naufragio de la nave de Agripina, el incendio de Roma y las escenas en el circo. Representante del extremo idealismo postromántico, agi­tado entre tendencias cristianas y exalta­ciones paganizantes, Hamerling, próximo filosóficamente a Lotze y a Schopenhauer, muestra, incluso en la retórica que dema­siado a menudo afea su estilo, la crisis pro­funda del esteticismo de la época.

A. Feldstein