Novela corta del novelista y dramaturgo ruso Antón Pavlovic Cechov (1860-1904). El autor, que regresa de un viaje al extranjero, contempla, en su mesa, a bordo de un barco que hace la ruta de Odesa a Sebastopol, a un individuo simpático y locuaz, que le informa de sus «cuitas sentimentales». El autor recuerda haberlo visto ya en la frontera en compañía de una joven cuyo numeroso equipaje despertaba la ávida curiosidad de los aduaneros. Chamotin —así s£ llama el viajero — es el propietario de un pequeño dominio situado en la parte norte de la provincia de Moscú, en donde vive con su padre, un profesor jubilado.
La heredad vecina, suntuosa y destartalada, pertenece a Kotlovitch, un solterón fofo y abúlico dado al ocultismo y a la homeopatía y cuya hermana, Ariadna, estaba llamada a desempeñar un papel fatal en la existencia del pobre Chamotin. Por lo demás, Chamotin inicia sus confidencias, un poco intempestivamente, con comentarios y observaciones muy en armonía con la tendencia de los rusos a idealizar a las mujeres, poniéndolas por las nubes antes de conocerlas, para luego, fatalmente, caer en brazos de un cinismo descarado y de la más triste decepción. Con elegancia y tacto extraordinarios, a través del relato del amante tardíamente desengañado, traza el retrato físico y moral de Ariadna: una linda morena de veintidós años, esbelta y graciosa, sensual y mitómana, caprichosa e incapaz de un sentimiento profundo. Después de haber rechazado a un pretendiente noble y acaudalado por no gustarle físicamente (el príncipe Maktuev), la joven sólo sueña con príncipes, riquezas y triunfos mundanos. Para lograr ver realizadas sus fantasías, Ariadna se siente capaz de arruinarse y de conducir a la ruina a cualquiera que sea. Chamotin, perdidamente enamorado, vacila — no la comprende en absoluto — en solicitar su mano, y la muchacha termina marchándose a Italia, con un amigo de su hermano, Miguel Lubkov, un tipo bohemio, sin recursos, sablista, que vive a costa del prójimo y que tiene un concepto muy «realista» de las mujeres.
Ariadna se disgusta; nota la falta de su platónico y fiel amigo y escribe a Chamotin, que se apresure a unirse con la pareja en Abazzia. Pero para que éste comprenda la situación, es necesario que Lubkov, que la encuentra muy de su gusto y que la explota sin escrúpulos, le informe de ella con toda claridad. Chamotin, desesperado, retorna a Rusia. Un día recibe una patética carta de Ariadna llamándole, y el hombre se precipita a acudir a Roma en su socorro. La muchacha se encuentra sola; ha roto definitivamente con Lubkov. En resumen, Ariadna se convierte en la amante de Chamotin: una temporada ruinosa y banal de agitación a través de los balnearios y capitales de una Europa «fin de siglo», la embriaguez de la pasión… y el despertar de un sueño. Es preciso sentar la cabeza, regresar. Y se regresa, no sin que la figura del príncipe Maktuev — que, enamorado fiel, aguarda a que suene su hora de esposo legítimo— aparezca de nuevo en el horizonte. Es posible que esta vez la linda Ariadna lo acoja con gentileza y que, incluso, Chamotin no le ponga mala cara.