Diálogo atribuido en la antigüedad a Platón (428-27-347 a. de C.), en el cual se discute acerca de la utilidad y eficacia de la oración. Alcibíades se dirige, con aire compungido a rezar a los dioses. Sócrates le encuentra, y le hace observar que es menester ser cauto al pedir algo a los dioses, porque tal vez lo que pedimos se realiza, pero convertido en desventura, como le sucedió a Edipo. Edipo estaba loco, replica el joven. Pero, objeta Sócrates, ¿Alcibíades sabe distinguir bien a los cuerdos de los alienados? Si él dice que la locura es lo contrario de la cordura, la locura sería idéntica a la insensatez que es precisamente lo contrario de la cordura; y como los insensatos son mayoría, la vida resultaría insegura entre tantos locos. Por el contrario, es menester comprender que la insensatez es un término general, y que la locura no es más que su forma extrema. Ahora bien, si se puede ser insensato sin ser loco, no es menester pedir con demasiada ligereza a los dioses, sin saber si los dones pedidos nos serán verdaderamente útiles. Mejor sería implorar sólo, genéricamente, el bien, y pedir que se nos evite, genéricamente, el mal. Alcibíades entonces reconoce que la ignorancia es causa de todo mal. Pero no siempre, añade Sócrates; sólo la ignorancia del bien es siempre dañosa, al paso que el conocimiento del bien es siempre causa de provechosos efectos, más para aquellos que siempre se fundan en la opinión, el no saber es, por lo menos, un freno. Para quien no posea la ciencia del bien, hasta la oración puede producir dañoso efecto. Por lo tanto, es mejor que Alcibíades no se precipite, antes de haber aprendido cómo se debe comportar ante los dioses. [Trad. española de Patricio de Azcárate (Madrid, 1871-72).]
G. Alliney