[Adolphe]. Novela del escritor francés, de origen suizo, Henri-Benjamin Constant de Rebecque (1767-1830), publicada en 1816. Es una obra maestra de análisis psicológico, verdaderamente famosa en la literatura romántica. El autor publica esta novela como «anécdota encontrada entre las cartas de un desconocido» con el fin de indicar a qué oscuras tragedias puede conducir la aridez del corazón: de este modo, con significativo despego de sus propias pasiones de hombre de la época, el tenaz defensor de las libertades constitucionales puede confesar una desilusión amorosa y con mayor pasión reanudar su obra política. Narra, pues, haber conocido en una posada de Cosenza a un extranjero y, después de algún tiempo, haber entrado en posesión de sus cartas. El manuscrito del desconocido Adolphe [Adolfo (v.)] narra, en primera persona, que muy pronto la vida le educó con la idea de la muerte y todo se le apareció bajo un velo de tristeza: el mismo amor de una criatura misteriosa, casada y madre, Ellenora, aumentó, con la pasión de su corazón, la sequedad fría y contemplativa de él. Distraído, desatento, aburrido, no experimenta la angustia de la vida; siente amor y al mismo tiempo repulsa, quisiera cambiar de vida y romper la barrera que le separa de los demás seres, pero una fuerza le empuja a la aridez de pensamiento y mata la sinceridad del mismo aun antes de valorar la completa alegría.
Entre reflexiones y dolorosas confesiones, Adolphe habla de su amor, donde todo es sentimiento, y no hay nada eterno en la vida espiritual de las dos criaturas. El drama está en su incomprensión recíproca pero, sobre todo, en la escéptica tristeza de Adolphe: en vano Ellenora, incluso entregándole su vida, quiere hacerle sentir que lo sacrifica todo para saberle feliz. La idea de la muerte vuelve a apoderarse del pobre joven: una calma misteriosa y lúcida le hace monótona la existencia e irremisiblemente le impulsa a sofocar los gérmenes de una pasión liberadora. El mismo amor de Ellenora se convierte en un motivo que se enlaza con su vida pero no aporta la luz deseada: hay demasiada sequedad en Adolphe y en su conciencia de la vida, de sus bienes y de sus males. La muerte de la amada hace comprender al joven lo que ella significaba verdaderamente para él, pero al mismo tiempo le da conciencia plena de su inútil obra de hombre, incapaz de comprender el corazón de los demás hombres y de amar a la más apasionada de las criaturas. Algunas declaraciones finales, en su mismo aspecto de fórmulas editoriales, indican el despego del autor por la palpitante materia de sus amores: aunque no todos los críticos vean en Ellenora el retrato de Madame de Staél, y en el argumento las turbias y dolorosas vicisitudes de una famosa relación amorosa (algunos advierten en efecto referencias varias a cierta Lindsay amada por Benjamín).
En realidad el escritor se ha colocado fuera de la tortuosidad de su vida mundana, con una contemplación clásica de las pasiones. Adolphe es considerado precisamente como ejemplo del héroe romántico y del mal del siglo, junto con el René (v.) de Chateaubriand y el Obermann (v.) de Sénancour, pero, seguido atenta y fríamente en todos los momentos de su historia psicológica, parece encerrar en sí la síntesis de un gran contraste espiritual que nace entre el deseo de actuar y el conocimiento de los engaños del mundo. [Trad. de Antonio Espina (Madrid, 1924).]
C. Cordié
Por su calidad metafísica es de esencia inmortal… Es un libro de todos los tiempos, un libro que no tiene fecha. (G. de Pourtalés)
Una de las obras maestras de la novela psicológica. (Lanson)
Para encontrar estas fórmulas es preciso haber pensado fuerte y justamente; y haber pensado sin vanidad, no para mostrarse a sí mismo y a los demás los músculos de su propio espíritu, sino para conocer la verdad sobre sí mismo y sobre los demás. (Bourget)