A Silvia, Giacomo Leopardi

Poesía de Giacomo Leopardi (1798-1837), compuesta en 1828, publicada en la edición de los Cantos de 1835. Entre las ocasiones lejanas de esta poesía está la muerte de una jovencita, Teresa Fattorini, hija del cochero de la familia Leo­pardi, que murió el 30 de septiembre de 1818. Diez años más tarde, del 19 al 20 de agosto de 1828, surgió en el ánimo de Leopardi el recuerdo, no sólo evocativo y piadoso, sino poético, de aquella jovencita muerta; poético o sea destinado, con un significado lírico, a expresar no un hecho particular sino lo divino y lo eterno que hay en un episodio terrestre. En esta es­pontánea transmutación de un hecho de lo particular a lo universal se desplazan los datos del suceso: a la creación del símbolo concurren otros móviles de inspiración; y quien quisiese encontrar en la poesía una fiel reproducción de un suceso que contri­buyó al nacimiento de la misma, estaría obligado a acusar al poeta de poco respeto para con la historia.

Silvia es la muchachita muerta cuando se aprestaba a pisar el umbral de la juventud; pero su muerte ocurría en el mismo momento en que se marchitaba la esperanza del poeta, en la flor de los años. La muerte de la mucha­cha se unía a aquella otra muerte en un símbolo nativo. Si realmente esta poesía se refiriese a la desgraciada hija del cochero de la familia Leopardi, el poeta hubiese expresado esta referencia. Y no lo hizo porque la jovencita se había transformado en su fantasía, había encontrado su trans­figuración en el ánimo del poeta. Como se dice de los muertos cristianos que, resuci­tando en su carne, al fin de los siglos, ten­drán una edad joven, el poeta le ha dado la edad de la adolescencia y no los años que había vivido y que eran veintiuno. Por otra parte ha dejado escrito: «Historia de Teresa poco conocida por mí e interés que yo sentía por ella, como por todos los muertos jóvenes, en aquella espera de mi muerte». Y no parece que estas palabras estén enteramente de acuerdo con el canto A Silvia. El motivo de la juventud y de la esperanza, muertas precisamente en la flor de los años, se encuentra también en el Sueño [Sogrno] y en los versos A una mujer enferma [Per una donna malata]; y los comentaristas ponen como fuente de este tema un pasaje de Petrarca; «Pero, volviéndome al recuerdo / que aunque ha muerto mi esperanza / que estaba en vida / Cuando ella vivía, / bien sabe amor lo que a mí me sucede» [«Ma tornandomi a mente. / Che pur morta é la mia speranza, viva / allor ch’ella fioriva, / Sa ben amor qual lo divento»] (canción «¿Qué debo ha­cer?» [«Che debb’io far?»] etc.).

El motivo leopardiano pudo encontrarse literariamente en estas palabras, pues un hombre educado entre los clásicos, experimenta, con rápi­da reminiscencia, los lugares poéticos que ya expresaron un motivo afín al advertido por él, aunque íntimamente, sea cosa bas­tante distinta. En toda la poesía leopardiana raramente se encuentra una proporción me­lódica tan pura como ésta del canto A Silvia: donde el aliento musical se adhiere al desarrollo sintáctico sin el menor vacío. Y raras veces — en un poeta tan tierno — hay esta suprema ternura de imágenes y de asociaciones; y raras veces —en un poeta tan espiritual — hay una destruc­ción tan absoluta de la materia de la que se alimenta, como se dice de los pintores antiguos que consumían el color: una in­materialidad tan extrema que da el alma de los sonidos y de las cosas e incluso de los efectos. Como a menudo en Leopardi, aquí el pasaje figurativo de las imágenes se forma por acumulación: primero los ojos sonrientes y fugitivos, luego la figura de la adolescente que llega al límite de la ju­ventud, luego su perpetuo canto que, por la energía misma de la expresión, parece que había de superar incluso a las demás imágenes precedentes, y ser la primera impresión: por eso la escena se precisa también en el tiempo, que es el mayo oloroso.

F. Flora