A las Ruinas de Itálica, Rodrigo Caro

Es el título de una célebre canción de Rodrigo Caro (1573-1647), más famoso en su tiempo por sus estudios de arqueología que por sus aficiones poéticas. Durante algún tiempo esta canción se atribuyó a Francisco de Rioja, a quien también se adjudicó la Epís­tola moral a Fabio (v.). La canción ha lle­gado hasta nosotros en cinco versiones di­ferentes, lo que prueba la labor de retoque y lima a que la sometió el gran arqueólogo, versiones estudiadas por E. Wilson (Re­vista de Filología Española, XXIII, 1936). Véase, por ejemplo, cómo principian tres versiones: «Éste (si no me engaño) el edi­ficio / de Publio Cipión, de Roma glo­ria, / colonia de sus gentes victoriosas… / Aquí, según la fama, el edificio, / fue del gran Cipión, de quien la historia / tantas hazañas cuenta prodigiosas…» La definitiva; «Estos, Fabio, ¡ay, dolor!, que ves ahora / campos de soledad, mustio co­llado, / fueron un tiempo Itálica famosa. / Aquí de Cipión la vencedora / colonia fue.» Este simple cotejo demostrará cómo Rodrigo Caro tuvo paciencia para madurar su pensamiento y encontrar la forma de­seada.

Todo el poema ha sido sabiamente retocado con la misma seguridad que de­muestra esa introducción. No era un poe­ta de vena fácil ni abundante (sólo cono­cemos de él varios sonetos y una «Silva a Carmona») pero sí de un gusto equilibrado y muy clásico. Por eso fue tan divulgada esa canción por los neoclásicos españoles, sobre todo a partir de 1774, en que fue pu­blicada por Sedaño en su Parnaso. El poe­ma gira alrededor de los sentimientos despertados en el arqueólogo por la con­templación de las ruinas de la famosa Itálica, cantadas también por Herrera y Rioja. Responde a esa afición por las rui­nas que se intensificó en el Barroco, y que ya en el Renacimiento había dejado mues­tras bellísimas. Pero el barroquismo del poe­ma es muy tenue, puesto que responde a un concepto de la poesía más neoclásico que gongorino o quevedesco. La canción consta de seis estancias regulares dé 17 ver­sos cada una. En la primera se dirige el poeta a Fabio y le muestra las ruinas de lo que «fueron un tiempo Itálica famosa»; de la invencible gente de Cipión, «sólo quedan memorias funerales»; las torres ga­llardas «a su gran pesadumbre se rindie­ron». La segunda estancia es una medi­tación despertada por el «roto y despedaza­do anfiteatro», tan famoso. En la tercera, se recuerdan los césares andaluces: Trajano, Adriano y Teodosio; zarzales y lagunas son los jardines, y la casa del César, «¡ay!, yace de lagartos vil morada».

En la cuar­ta estrofa se vuelve a meditar contemplando las ruinas de las calles, los arcos rotos y las estatuas, «hoy cenizas, hoy vastas soleda­des»; mientras que en la quinta, se aban­dona el tema de la meditación, puesto que «basta ejemplo menor, basta el presente». En la sexta y última, en cambio, se da un giro inesperado al poema, puesto que se pide ver el santo cuerpo del mártir Geroncio, prelado de Itálica. Termina con una apología del mismo santo, sin recordar para nada las meditaciones anteriores. El poema fue elogiado por Marcelino Menéndez Pelayo en el prólogo a las obras de Rodri­go Caro, «hombre de una sola oda y de un solo momento lírico, como otros muchos, pero que tuvo la suerte, no a todos conce­dida, de aprisionar esa victoria fugitiva y esculpirla en mármol antiguo». La edición crítica, con todas las variantes, puede verse en Poetas de los siglos XVI y XVII, de P. Blanco Suárez. (Biblioteca literaria del Estudiante, vol. XIX.)

J. Blecua