Obra de Teofrasto (del siglo IV al III a. de C.), discípulo de Aristóteles y sucesor suyo en la dirección del Liceo de Atenas. Antes y mejor que los demás autores griegos y latinos (y también árabes), Teofrasto fija todo lo que entonces podía decirse sobre las enfermedades de los vegetales; en esto consiste, sobre todo, el mérito de la obra. Empieza distinguiendo la «descomposición» o «desorganización» de los vegetales, de los «morbos» o enfermedades propiamente dichas (V, 8). Y afirma que el origen de las enfermedades puede ser interno o externo; interno cuando hay exceso o defecto de alimento o también cuando éste no es cualitativamente adecuado; externo cuando deriva de excesos de frío, calor, humedad o de causas traumáticas. Los conocimientos de la época no permitían entonces hablar de parásitos. Añade por otra parte (V, 9) que las enfermedades atacan tanto a las plantas silvestres como a las cultivadas; pero a éstas mucho más, a causa de su debilidad consiguiente a la mejora de su raza. Idea no desmentida por los modernos estudios y observaciones y aclarada además por Teofrasto en esta obra (II, 11, 3) y en la Historia de las plantas (IV, 14, 2): «Las plantas cultivadas envejecen antes que las no cultivadas, las de cualidad más fina antes que las más groseras… Podría esto parecer absurdo, pero, realmente, el cultivo no aumenta las fuerzas, y la abundancia de frutos depaupera la planta…».
Distingue después las enfermedades generales o comunes a todas las plantas de las especiales propias a cada planta en particular y afirma que cada localidad tiene enfermedades propias en relación con las características ambientales (aire y terreno) (V, 10, 4).Pasa después, dedicando a ello nueve capítulos, a ilustrar las diversas enfermedades. Hay que reconocer que Teofrasto acertó a aunar y a fundir admirablemente en el estudio de las enfermedades los conocimientos referentes al cultivo con los biológicos, considerando el daño no en cuanto repercute sobre el rendimiento sino en cuanto se refleja, negativamente, sobre la economía general de la planta. Por esta razón, mientras discute la naturaleza de la causa de cada enfermedad, nada o casi nada sé detiene en los remedios tratados posteriormente por Plinio (XVII, 25), aunque sumariamente. Por otra parte, en aquella época, pocas cosas se podían aconsejar a este respecto. En fin, ha sido un gran mérito de Teofrasto el haber intentado, por primera vez, una clasificación de las diversas enfermedades. En esto no fue superado por sus sucesores griegos, latinos y árabes, ya que nada semejante se encuentra en Catón, Varrón, Columela y Paladio; y hay que llegar a Plenk [Physiologie et pathologia plantarum, Viena, 1794] y, mejor aún, a Filippo Re [Saggio di nosologia vegetóle, Florencia, 1807] para encontrar desarrollada y perfeccionada la concepción de Teofrasto.
O. Verona