[Les regles de la méthode sociologique]. Obra de metodología social de Émile Durkheim (1858-1917), publicada en París en 1895. Desarrollando la tesis ya sostenida en su División del trabajo social [La división du travail social, 1893], el sociólogo francés afirma que el hecho social se caracteriza por su exterioridad con respecto a las conciencias individuales y por la acción coercitiva que ejerce o puede ejercer sobre dichas conciencias.
Los fenómenos sociales se imponen a la observación y han de ser tratados como «cosas» o datos, independientemente de los sujetos conscientes que se los representan, descartando todos los preconceptos y reagrupando los hechos según sus caracteres exteriores comunes. Un hecho social es normal, para un tipo social determinado en una cierta fase de desarrollo, cuando es general, es decir, cuando se produce en el término medio de las sociedades de la misma especie, en fase correspondiente de evolución. Así, por ejemplo, el delito que está ligado a las condiciones fundamentales de toda vida social, la cual exige que quede abierto el camino a cambios y transformaciones, no sólo por parte del idealista que supera su época, sino también por la del criminal que camina lentamente, y que haya quien anticipe a costa suya, como Sócrates la moral del porvenir, y es por esto necesario y útil: de ahí que el criminal sea un agente regular de la vida social; el castigo, por lo tanto, no puede proponerse curarlo, ya que no se trata de una enfermedad social.
Una rama de la sociología está consagrada a la constitución de los tipos sociales y a su clasificación según el grado de composición que las sociedades ofrecen, tomando por base la sociedad perfectamente sencilla o de segmento único, como la «horda» que no contiene otro agregado más elemental, sino que se resuelve inmediatamente en individuos. En la busca de la explicación de los hechos sociales es necesario posponer la indagación a los motivos, o causas finales, la indagación a las causas eficientes del fenómeno social y a la función que éste cumple. Durkheim rechaza también la explicación esencialmente psicológica dada generalmente por los sociólogos del fenómeno social. El hecho social es irreducible a los hechos puramente psíquicos, y no puede ser explicado como estado de conciencia individual, sino sólo con otros hechos sociales; de la misma manera su función no puede ser sino social, y consiste en la producción de efectos socialmente útiles.
Para el autor (y éste es el lado más discutible de su teoría interpretativa) hay una solución de continuidad entre la sociología y la psicología, análoga a la que separa la biología de las ciencias fisicoquímicas. Hay un abismo, según él escribe, entre los sentimientos que el hombre experimenta en el ámbito de una institución social y la estructura objetiva de esta institución; los primeros dependen de la segunda más que ésta de aquéllos. Tampoco la evolución social tiene, según él, su origen en la constitución psicológica del hombre, ni por móvil un resorte interno de la naturaleza humana, un «instinto que impulsa al hombre a realizar cada vez más su propia naturaleza» (Comte).
Éste, según Durkheim, no es más que «una entidad metafísica, cuya existencia nada nos demuestra»; y cree darnos una prueba de ello afirmando que «muchas sociedades humanas permanecen indefinidamente estacionarias»; y afirma que «el origen primero de todo progreso social de alguna importancia debe ser buscado en la constitución del ambiente social interno», en especial del medio humano. Pero reconoce que el ambiente humano, aun dependiendo él mismo de causas sociales, no puede ser admitido como causa primera en sentido absoluto, aunque la ciencia se contente considerando como primario un hecho lo suficientemente general para explicar gran número de otros hechos. Repite que la vida social se deriva, no de la naturaleza del individuo, sino «directamente del ser colectivo, que es una naturaleza ‘sui géneris’, resultante de aquella elaboración especial a la que están sometidas las conciencias particulares por el hecho de su asociación, de la cual se desprende una nueva forma de existencia: una conciencia colectiva distinta de las conciencias individuales».
Y con este concepto fundamental, el autor, que por odio a la metafísica no ha admitido siquiera un instinto que impulse al individuo a realizar su propia naturaleza y niega el instinto social, va a parar, sin embargo, a «una nueva forma de existencia», de la que, según parece, no podrían ser sujetos los individuos si ella no tuviese origen en ellos y no fuese en ellos inmanente. La obra se cierra con la demostración de que el método por excelencia para las investigaciones sociológicas es el de las variaciones concomitantes. El libro contribuyó notablemente a las nuevas orientaciones de la sociología.
G. Pioli