[Ecce Homo-Wie maniioird was man ist ]. Autobiografía del pensador alemán , escrita en 1888 y publicada en 1908. En la primera parte, titulada «Por qué soy tan juicioso», Nietzsche va considerando separadamente los elementos de su propia personalidad, señalando en él dos tendencias opuestas: una decadentista, determinada por su físico enfermizo, y otra antidecadentista, que surge de su voluntad de salud que en él está siempre despierta e informa toda su filosofía; voluntad^ que le ha hecho superar la compasión y el resentimiento, virtud decadente la primera, y germen de debilidad en las almas enfermas la segunda. Con manifiesto orgullo hace remontar la variedad de su carácter a la sangre polaca recibida de sus abuelos paternos y manifestada en su físico.
Posee un vivo instinto batallador que sólo ejercita contra adversarios iguales y contra causas victoriosas; está dotado de un acusado sentido de pulcritud, que sabe descubrir la gran cantidad de suciedad que se esconde bajo la hipocresía de las formas morales y aviva su sed de soledad. En la segunda parte «Por qué soy tan sagaz», Nietzsche se reconoce una instintiva inmunidad para los problemas de la trascendencia. Una especie de «excursus» psicofisiológico le hace reconocer que la vida al aire libre es favorable al alto trabajo espiritual, y llega a decir que el aire seco favorece el nacimiento del genio, mientras que el bochorno germánico mata los gérmenes de la grandeza. Por lo que respecta a la «re-creación» del espíritu, Nietzsche piensa que la lectura viene a ser su forma más apta, puesto que ayuda al hombre a separarse de sí mismo, permitiéndole penetrar en ciencias y almas extrañas a él; pero no se debe dejar que el pensamiento ajeno «escale los muros» del espíritu cuando éste está en trance de crear concepciones nuevas.
Pocos libros, pues, forman su biblioteca y todos franceses. Como recreo aceptó también la música de Wagner, durante los días de su amistad con él, en Triebschen; pero Wagner, en realidad, no es más que el heredero del retardado y decadente romanticismo francés, mientras que la música que sueña debe ser profunda y serena como un atardecer de octubre. Nietzsche indaga finalmente el origen de su propia sabiduría, que consiste en la genial habilidad de alejar de sí lo que siempre debería serle negado y cuya presencia pasiva podría menguar la libertad del individuo. Para llegar a ser lo que se es, no es preciso estudiarse uno mismo: incluso los errores de la vida tienen su valor, porque debajo de ellos, se desarrolla y crece, alimentándose en la capacidad artística del instinto, la «idea organizadora», que luego surge espontánea en el momento de la propia madurez.
En la tercera parte, «Por qué escribo libros tan buenos», Nietzsche reconoce como justa la incomprensión que hay para sus obras, puesto que se ha elevado a un nivel humano superior al que los hombres modernos pueden alcanzar y su perfecto lector tendría que ser un monstruo de valor y curiosidad. Él ha proporcionado a la lengua alemana medios artísticos inauditos y ha descubierto el gran estilo que consiste en escribir por períodos. A esta parte van anejos los famosos prefacios de sus obras, a través de los cuales puede seguirse el proceso evolutivo de la filosofía nietzscheana. La cuarta parte, «Por qué soy un destino», atestigua la importancia que Nietzsche atribuye a su filosofía: siente que ha empezado algo realmente prodigioso; su «verdad es terrible porque anteriormente se llamó verdad a la mentira».
Él es el primer inmoralista, y si ha titulado su obra magna con el nombre de Zarathustra, de aquél que creó el fatal error de la moralidad explicando el mundo con el concepto metafísico de la lucha del bien contra el mal, lo ha hecho deliberadamente, ya que era justo que aquel que erró y fue en un tiempo el más verídico de los pensadores, se superase a sí mismo por amor a la verdad, hasta transformarse en su opuesto, el Zarathustra nietzscheano, que ha descubierto y denunciado la moral cristiana y por este motivo representa un destino. El imperativo de Nietzsche dice así: hay que tener la fuerza de concebir la realidad tal como ésta es. Solamente por este camino el hombre puede obtener la grandeza. Y Ecce Homo termina con estas palabras: «¿Se me ha comprendido? Dioniso contra el Crucifijo». En esta obra, como afirmó en una carta, el mismo Nietzsche, megalómano, ha querido presentarse «antes del funesto y solitario acto de la trasmutación de valores», trazando con rasgos valientes su mítico retrato, reclamando la atención sobre sí, ante el silencio que se había ido haciendo a su alrededor. [Trad. de Eduardo Ovejero en Obras completas, tomo X (Madrid, 1932)].
G. Alliney