[Delle cause della grandezza delle città]. Obrita en tres libros de Giovanni Botero (15339-1617), impresa por primera vez en 1588 (Roma, Martinelli) y después, desde 1589, como apéndice a la más amplia y célebre obra del mismo autor De la razón de Estado (v.), con algunas modificaciones respecto a la edición de 1588. Esta última ha sido impresa en nuestros días al cuidado de M. De Bernardi (Turín, 1930). Botero, después de haber definido qué se entiende por ciudad («reunión de hombres que se juntan para vivir felizmente»), y observado que la grandeza de una ciudad «se llama no el espacio del sitio ni el carácter de sus paredes, sino la muchedumbre de sus habitantes y su poder», analiza las diversas maneras cómo las ciudades surgen y crecen: por la «autoridad» (de un personaje importante, de un príncipe); por la «fuerza» o «necesidad» (cuando los hombres se juntan en un lugar para defenderse de algún peligro, etc.); por el «placer» (que los hombres experimentan en detenerse en un sitio ameno, viviendo en una ciudad bella, bien construida); por la «utilidad», que es, además, la causa principal, la única qué puede hacer grandes las ciudades. Pero la utilidad es algo complejo constituido por «varias formas y maneras», la «comodidad» del lugar (lugar cómodo es el puesto en tal parte «que muchos pueblos lo necesitan para el tráfico y para obtener los bienes que les aprovechan o recibir los que no tienen»); la «fecundidad del terreno»; la «comodidad de la conducción», esto es, las posibilidades de tráfico ofrecidas por la situación geográfica, posibilidades máximas cuando la ciudad está junto a una vía de agua, mar o río, o canal. Pero tampoco la facilidad en un lugar dado para conducir las cosas es suficiente para que surja en él una gran ciudad; es menester cierta «virtud- atractiva» que Botero examina en el segundo libro.
Los romanos se sirvieron de modos diversos, típicamente suyos, para hacer grande a Roma; pero, en general, se tienen «virtudes atractivas» poderosas cuando una ciudad tiene «autoridad o reputación sobre las demás» en materia religiosa, por ser sede de episcopado o de monasterios ilustres, etc.; o bien cuando una ciudad es centro de estudios, o sede de tribunales supremos, o cuando está dotada de privilegios e inmunidades, o cuando es residencia de la corte del príncipe o, también, cuando la nobleza, en lugar de residir en el campo, habita en la ciudad. Pero nada aprovecha más «para acrecer una ciudad o para hacerla numerosa en habitantes y rica de todo bien» que la industria y la actividad comercial. Es menester, por lo tanto, introducir en una ciudad «toda suerte de industria y de artificio»; lo cual se conseguirá ya atrayendo a la propia casa «artífices excelentes de otros países», ya sobre todo, prohibiendo la exportación de las primeras materias necesarias para los artífices. Desarrollo máximo de la industria, para poseer fácilmente «alguna gran mercancía» y poder comerciar con otros países (y algunas ciudades, son grandes sólo por el hecho de ser casi «señoras de las mercancías y del tráfico por un sitio cómodo» para servir de escala al comercio, aun sin producción propia); éste es, en sustancia, el programa económico de Botero. En el libro III. muy breve, considera en fin por qué las ciudades no van creciendo sin fin, ininterrumpidamente, sino que al llegar a cierto límite se detienen o decaen. Esta obrita, breve, es mucho menos conocida que la Razón de Estado, del mismo autor; y, con todo, es mucho más feliz y orgánica: algunas de las observaciones que hace en ella Botero son dignas de atención.
F. Chabod