Colección muy amplia de epigramas griegos conservados en el códice P. 23 de la Biblioteca Palatina de Heidelberg. Debemos este precioso descubrimiento a Salmasio (Claude de Saumaise 1588-1653) el gran humanista. Contiene alrededor de 5.300 epigramas (22.500 versos aproximadamente), agrupados en quince libros que comprenden numerosísimos poetas desde los primitivos anónimos, y de Simónides, hasta el siglo VII d. de C., el libro octavo está dedicado exclusivamente a los epigramas de San Gregorio Nacianceno (IV d. de C.), el duodécimo a la Musa Paidica (v.) de Estratón, el libro primero, a las inscripciones cristianas, el quinto a los epigramas amorosos, etc. La agrupación de los epigramas no es, como se ve, casual, sino resultado de la antologización de otras colecciones precedentes, más o menos amplias, en que puso mano definitivamente la cultura bizantina del siglo X: de la Corona (v.) de Melea- gro (siglo I a. de C.), de la colección homónima de Filipo de Tesalónica (I siglo d. de C.), del Antologio (v.) de Diogeniano (II siglo d. de C.) se llega al Pammetro (v) de Diógenes Laercio (siglo III d. de C.), al Ciclo (v.) de Agatia (siglo VI d. de C.); y finalmente a la colección de Constantino Céfalas (900 d. de C.), de la cual deriva la Antología Palatina. Sobre las mismas colecciones y con criterios más moralistas el monje Máximo Planudas (siglo XIV d. de C.) compuso la última de las antologías, llamada por él Antología Planudea (v.).
La historia literaria del epigrama es interesantísima porque nos revela en todas sus sinuosidades recónditas la realidad de la vida, a menudo interpretada por la burla del escritor, el cual recibe una inspiración inmediata pero significativa del ambiente de la vida cotidiana en que se mueve. Y así por la obra de Salmasio y por el testimonio de esta obra, toda la vida burguesa e íntima de la Grecia antigua se desarrolla como una singular cinematografía desde la época de la Atenas grande (Simónides, Platón, Herodoto, Tucídides), a través del Oriente helenístico (Calimaco, Asclepiades, Leónidas, Meleagro) y la Roma imperial (Filodemo, Filipo, Marco Argentarlo), hasta el pensamiento y la disención de la madurez cristiana (San Gregorio Nacianceno), con el paganismo invasor (Paulo el Silenciario). A la música de los versos alegres danzan figurinas como Zenófila, Heliodora (Meleagro) con la escolta de mil hetairas y de mil afeminados efebos (Estratón), capricho de doncellas y muchachos de la juventud dorada de todas las épocas, dioses y diosas veneradas (libro VI), en contacto con gente humilde, y rompecabezas (libro XIV), augurios de amor, de riquezas o, más a menudo, de alegre traslado al Hades (libros VI-VII). Se cumplió así el deseo de Meleagro, en el prefacio poético a su Corona, de que todo el que amase las flores de las Musas, en su oloroso ramo, hallaría en él su flor preferida; le bastaría con cortar el tallo.
I. Cazzaniga