Fábula de Francesco Domenico Guerrazzi (1804-1873), compuesta en 1830 para sostener y demostrar la superioridad del animal sobre el hombre. Un montañés, yendo para unos asuntos personales a la Marisma, encuentra por el camino una culebrita amortecida por el frío. El montañés, compadecido, la recoge y la lleva a un lugar más templado para que el animal pueda reanimarse, y continúa su camino. Más tarde, de regreso ya de la Marisma, tropieza de nuevo con aquel animal, convertido en amenazadora serpiente que intenta agredirle. Después de larga disputa el hombre y el animal se ponen de acuerdo para dejar la cuestión al arbitrio del primero que encuentren por el camino. Encuentran un perro, que perora en favor de la serpiente, después un caballo, que, como juez de apelación, expresa la misma sentencia.
Finalmente, el juez supremo es el mono, conmovido, más que por las razones del hombre, por la compasión hacia su mujer y sus hijos, imagina un medio ingenioso para defender al ser humano. Conduce, en efecto, a la serpiente al lugar donde el hombre la había colocado cuando la encontró moribunda, la encierra allí y define aquel acto no como justicia, sino como piedad. Sobre este trabajo juvenil modelo de estilo, al que mucho más tarde debía seguir el Asno (v.) inspirado en la misma comparación entre los hombres y los animales, debió influir la lectura de una obra del padre Carlo Casalicchio de Salerno: Lo útil y lo dulce. Pero este cuento tiene sus primeras fuentes en las Mil y una noches (v.).
M. Maggi
Hombre de ricas prendas, bajo aquella máscara byroniana redujo a un solo aspecto todas sus vastas pasiones: la fábula de la Culebrita, está contada con la misma sentenciosa gravedad y la exaltada imaginación con la que se cuenta el trágico y monstruoso caso de Beatrice Cenci. (F. Flora)