La Gruta de Fingal, Félix Mendelssohn-Bartholdy

[Fingalshóhle]. Obertura de Félix Mendelssohn-Bartholdy (1809-1847), compuesta entre 1829 y 1830. La idea de este trabajo se le ocurrió a Mendelssohn en agosto de 1829, durante una visita a la célebre y maravillosa cueva ba­sáltica de la isla de Staffa, una de las islas escocesas de las Hébridas, llamada Cueva de Fingal. Y conjuntamente a la idea genérica de la obertura se presentó también a la fantasía del compositor su te­ma fundamental y más conocido.

Con qué cuidado el músico trabajó en esta obertura — que en su origen se titulaba Las Hébridas, y con cuyo nombre aún se la designa muchas veces — nos lo dice este fragmento de una carta dirigida desde París a su hermana Fanny: «No puedo ejecutar las Hébridas porque, como ya te escribí, aún no las encuentro suficientemente en­focadas. El pasaje central en re mayor es muy estúpido. Toda la modulación sabe más a contrapunto que a aceite de pescado, a gaviotas y a bacalao, mientras debería ser todo lo contrario». Pero esta carta nos dice también la constante referencia, en la fan­tasía del compositor, entre la música que venía elaborando y la visión marina que había sido su primitivo punto de partida: carácter típico, éste, del romanticismo mu­sical que nos revela hasta qué punto fue Mendelssohn hombre de su tiempo, aunque, por muchos aspectos de su arte, esté inten­samente vinculado al pasado, principal­mente a la música de Bach. Aun sin bus­car elementos descriptivos, no se puede pasar por alto en esta música la referen­cia, subrayada por el mismo autor, a la percepción auditiva, olfativa y visual de un espectáculo marino. Es obvio, por otra parte, que la música de La gruta de Fingal vive esencialmente de las propias razones constructivas. El tema antes citado inicia la obertura con una gracia algo melancólica, con la timidez apacible de una ola que se comba tranquila; ora un poco ofuscado en el tema menor, ora más luminoso en el tono mayor. Y sobre este tema que se trans­forma hasta no conservar, en un cierto mo­mento, más que su pura pulsación rítmica, está construida gran parte de la obra. Más adelante aparece otro tema que emerge de las zonas más obscuras de la orquesta. La obertura se desarrolla, pues, en una ra­diante luminosidad de timbres y de to­nalidades coloridas, en un crecer de soni­dos que culminan en su parte central en una alborotada explosión de sonoridad. Acabado el gran torbellino de sonido, se reanu­da el primer tema «pianissimo», mientras en la orquesta resuenan distanciados los úl­timos agudos.

Pero otro «crescendo» se abre paso en la orquesta, esta vez más áspero en un denso tejido de voces que se llaman y se responden. Así, mudablemente coloreada, siempre tensa en un brotar incesante de ideas, esta obertura se desarrolla a lo largo de su admirable curva constructiva para cerrarse con el conocido tema inicial. Viene a cuento, a propósito de La gruta de Fin- gal, recordar que Wagner, que fue, por otra parte, duro y obstinadamente opuesto a Mendelssohn, la consideraba «una de las más bellas obras musicales existentes».

A. Mantelli