El Filocolo, Giovanni Boccaccio

[Il Filocolo]. Novela de Giovanni Boccaccio (1313-1375), en siete libros, escrita por sugerencia de Fiammetta, es decir, María de Aquino, hija natural del rey Roberto de Anjou. Sobre la fecha de la composición no hay acuerdo: según algunos, la novela fue escrita en los últimos años de la estancia de Boccaccio en Nápoles, apro­ximadamente entre 1336 y 1340; según otros, Boccaccio interrumpió la composición de la novela hacia el fin del tercer libro, después de la grave desilusión que siguió al rom­pimiento de sus relaciones con Fiammetta, y la terminó en Florencia entre 1341 y 1345. También originó muchas discusiones, desde el siglo XVI, el título del libro, Filo­colo, que en la intención del autor tenía que significar «fatiga de amor» y, nacido probablemente de un lapsus de lectura del griego, del que Boccaccio tenía un conoci­miento muy superficial, quizás hubiera te­nido que ser Filopono, como, en efecto, se lee en una edición veneciana de 1527.

El argumento de la novela es la leyenda de Flores y Blancaflor (v.), muy difundida en todos los idiomas europeos; las probables fuentes de Boccaccio son, además de la tra­dición oral, el anónimo poema popular de Flores y Blancaflor (v.) y un breve poema francovéneto, ahora perdido, ambos depen­dientes de dos homónimas redacciones fran­cesas del siglo XIII. El fin que se propuso Boccaccio fue sacar la delicada leyenda me­dieval de los «fabulosos cantares de los ignorantes» transportándola a un clima más elegante y solemnemente literario; y, en efecto, dio a luz una novela docta, muy li­teraria, lujuriosa, con una complicadísima trama de motivos realistas, fantásticos y autobiográficos. En las primeras páginas del libro, con un procedimiento que de lejos anuncia el empleado más tarde en el Decamerón (v.), la materia de la novela, en lo relativo a la narración, tiene un punto de apoyo realista y con cierto disfraz barroco según la moda clásica.

La diosa Juno visita al Papa y le exhorta que abata la potencia de la Casa de Suabia y destruya también los últimos vestigios de la gloriosa estirpe ro­mana; después, desciende al Averno para pedir socorro a la Furia Aleto contra el nuevo Eneas (rey Manfredo), a quien se reserva un destino muy distinto del que tuvo el antiguo. El «Vicario de Juno», es decir, el Papa, se dirige a Carlos de Anjou, que llega a Italia, derrota al nuevo Eneas y funda el reino que en los tiempos del au­tor era regido por el rey Roberto, «con la ayuda de Palas». Precisamente en la época de este ilustre y sabio rey, un día en que se celebraba «la gloriosa partida del hijo de Júpiter de los expoliados reinos de Plutón» (Pascua), el autor descubrió en un pequeño templo a una joven de admirable hermosura, que pronto llegó a ser la dueña de su corazón. Al cabo de pocos días, el autor tuvo la suerte de volver a ver a su dama en compañía de otras en un templo llamado «del príncipe de los celestiales pá­jaros» (la iglesia del convento de San Ar­cángel en Baiano); consigue ser aceptado en la delicada compañía, y la joven ex­presa el deseo de oír una delicada y no vulgar narración de la historia amorosa de Flores y Blancaflor, rogando al autor que escriba una novela en vulgar; éste accede inmediatamente a satisfacerla. Así empieza la narración: en los primeros y lejanos tiempos de la era cristiana, un noble ro­mano, descendiente de los Escipiones, Quin­to Lelio Africano, va en peregrinación con su esposa y su séquito al santuario de San­tiago de Compostela para cumplir un voto.

A su llegada a España, por una fatal equi­vocación, son atacados por los soldados del rey Félix; Lelio y los componentes del sé­quito son muertos, mientras su esposa, Giulia Topazia, es acogida de una manera muy honorable en la corte del rey, que se ha dado cuenta, aunque demasiado tarde, de su equivocación. Giulia Topazia da a luz una niña, Blancaflor, y fallece; en el mis­mo día, la reina da a luz un niño, Flores. Flores y Blancaflor son educados en la corte y acaban por enamorarse. El rey se entera de la pasión de los dos jóvenes e, ignoran­do los nobles orígenes de Blancaflor, aleja a Flores y le envía a continuar sus estudios en la cercana ciudad de Montorio, mientras Blancaflor, en una nave, navega hacia Oriente. Flores, informado de lo ocurrido, después de tomar el nombre de Filocolo, se embarca e inicia un largo y peligroso viaje en busca de Blancaflor. Se dirige ha­cia Sicilia, pero una tempestad le arrastra hasta Nápoles, donde, honorablemente aco­gido por la corte, permanece cinco meses. Conoce a Fiammetta y a Caleone, su amante (Boccaccio), y participa en la asamblea de una corte de Amor, frente a la que se proponen y se discuten trece cuestiones de amor, dos de las cuales (la 4.a y la 13.a) dan ocasión para narrar dos largos cuentos que encontraremos refundidos en el Decamerón (jornada X, 4; X, 5).

El episodio, muy largo, es uno de los más característi­cos, ya que, en términos convencionales y fantásticos de gran transparencia, nos ofre­ce una amplia descripción de los gustos y de las costumbres de la alta sociedad de Nápoles en los tiempos de la estancia de Boccaccio. Flores continúa su viaje y llega a Alejandría, en Egipto, donde se entera de que Blancaflor se encuentra en una to­rre, prisionera del Almirante. Soborna al guardián y, oculto en una gran cesta de rosas, consigue penetrar en la habitación de su amada. El Almirante los descubre y los dos jóvenes son condenados a muerte, pero los salva la intervención de Venus, que hace invulnerables sus cuerpos. Después tiene lu­gar una batalla entre Flores y sus amigos y las tropas del Almirante, quien, al final, conmovido por el amor y el valor de los combatientes, los perdona a todos, y manda celebrar las bodas de Flores y Blancaflor, llegando a conocer, de esta manera, que Flores es uno de sus sobrinos. Los dos pro­tagonistas inician el largo y alegre viaje de vuelta, deteniéndose en Nápoles y en Roma; se convierten al Cristianismo, y re­gresan a España, donde se convierten en eficaces propagadores de la nueva religión. Es evidente la desproporción entre el ar­gumento y su desarrollo. Pero también está claro que Boccaccio no tenía ningún escrú­pulo de economía narrativa, y que la le­yenda le ofreció sencillamente un telar para tejer, en una amplia y complicada trama, los más distintos elementos de su expe­riencia y de su cultura. De aquí el sabor anacrónico de la novela, puesto que el tono y el color de la fantasía son sugestivamente realistas, mientras que la transcripción es dominada continuamente por el chorro in­cesante de la memoria literaria. Hay fas­tuosidad, elegancia, ornamentación presti­giosa, y el conjunto es una de las más vis­tosas manifestaciones del eclecticismo de Boccaccio. La potencia constructiva, escasa si se fija uno en la economía general de la novela, se vuelve a encontrar, en cambio, en los episodios y, más concentrada, en las estructuras periódicas de un estilo armo­nioso, ligero y susurrante en un alegre y voluptuoso aliento lírico.

D. Mattalía

El joven Boccaccio introduce en esta no­vela toda la mitología, y a la mínima oca­sión saca a relucir la historia griega y ro­mana. (De Sanctis)

Boccaccio parece más bien un embriaga­do aficionado, que un poseedor del arte. (Carducci)

Cierto arte muy moderno, por ejemplo, el fatigosamente analítico de un Proust, tan parecido al arte del lejano Filocolo, pare­cerá a distancia de años, no digo de siglos, increíblemente menos esencial que el del Filocolo, porque la obra de Boccaccio vive en los afectos y las costumbres de su época, mientras que la obra proustiana es sólo un refinado anacronismo en la nuestra. (F. Flora)