[Der Verschwender]. «Original fábula mágica» en tres actos de Ferdinand Raimund (1790-1836), representada en Viena en 1834. El hada Cheristane, efectuado su ciclo en la tierra, vuelve al reino de los espíritus abandonando a su destino a su amado Julio, noble inclinado a la prodigalidad despreocupada y generosa. Éstos son los precedentes del drama fabuloso. Ahora Julio ama a Amalia y aspira a su mano, y ella le corresponde. El matrimonio es obstaculizado por el padre de la muchacha, pero ambos jóvenes, ayudados por el fiel criado Valentín, consiguen huir a Inglaterra. Allí y en todas partes, Julio continúa derrochando sus riquezas sin preocuparse de nada, como no sea de la aparición de un misterioso mendigo que se coloca a su lado con desconcertante insistencia en los momentos decisivos de su vida. Perdidos mujer e hijo y dilapidados sus bienes, Julio vuelve, a los cincuenta años, a su patria, donde es recibido con deferente simpatía por el fiel Valentín, cuya energía moral vence lentamente incluso el egoísmo de su mujer Rosa.
Pese a ello, en el instante en que el noble se detiene sobre las ruinas de su antiguo castillo, él mismo convertido en una pobre ruina, se apodera de él la desesperación. «He pecado confiando en el poder del oro», exclama, y está a punto de atentar contra su propia vida, cuando reaparece el mendigo para amonestarle y devolverle las riquezas que él mismo le había anteriormente dado con liberalidad. Después de una fugaz aparición de Cheristane, a quien Julio dirige un «verweile noch» («quédate aún») de entonación fáustica, la fábula se endereza hacia el final feliz que anuncia una nueva vida al señor y al fiel criado, reunidos en una casa acomodada. El contenido no responde plenamente a la designación de «fábula mágica» dada al Derrochador, pues el elemento fabuloso está reducido al mínimo. La psicología de los mismos personajes fabulosos está ceñida al ámbito humano. La figura del mendigo, por ejemplo, no es ya una sencilla personificación alegórica, sino que aparece casi como una extrínseca fulguración de estados de ánimo. Por eso nos turba.
La «vis dramática» se basa en la carencia de adornos de los caracteres y en el natural desarrollo y choque de las pasiones: de ahí un sentido unitario más vivo que en otros dramas de Raimund. Ello explica que el Derrochador encuentre — junto a El campesino millonario (v.), El Rey de los Alpes y El misántropo (v.)—todavía buena acogida entre el público.
G. Necco