[Schliemann, Geschichte eines Goldsuchers]. Una de las obras más conocidas del escritor alemán Emil Ludwig (1881- 1948), publicada en Viena en 1932.
Enrique Schliemann había nacido en 1822 en Neubukow en Mecklemburgo (alemania). Hijo de humilde familia, abandonó su casa llevado de su orgullo y de su situación precaria, en busca de fortuna, dirigiéndose primeramente a Hamburgo, desde donde pasó a Holanda, revelándose allí como comerciante habilísimo. Pasa de Holanda a Rusia, convirtiéndose antes de los treinta años en un personaje opulento gracias a importaciones y exportaciones. De Rusia, después de algún tiempo, pasó a América y dobló su capital. Pero lo que impresiona de este hombre y lo convierte en un personaje excepcional es la presencia — junto a su insaciable sed de ganancias — de una avasalladora inclinación hacia una «humanitas», tal como podía ser entendida por un alemán de aquellos tiempos. Una «humanitas» mezclada con formas románticas y cimentada en la voluntad del hombre moderno, gustador curioso de todo aquello que se vincula con los hombres del presente y del pasado. En poco tiempo Schliemann habló dieciocho idiomas y su más emocionante conquista fue la del conocimiento del griego clásico.
Ludwig, que ha podido estudiar unos ciento cincuenta volúmenes de apuntes, diarios y documentos conservados en dos repletos armarios de su personaje, reproduce extensamente fragmentos autobiográficos, a través de los cuales se traducen los síntomas — acaso subrayados con cierta coquetería — de un instinto dirigido a concretas formas del mundo clásico-heroico. Y aunque no sea verdadera, cuenta la anécdota según la cual Schliemann había tenido a los ocho años una vaga intuición de sus futuras empresas, y fantasea luego acerca de una ilustración de la Eneida (v.) en la que aparece Eneas en el momento de su huida de Troya incendiada. Es cierto que el rico comerciante, pasados los cincuenta años, emprendió un viaje alrededor del mundo — para separar con una pausa los dos períodos de su existencia— y se dedicó enteramente a excavar los lugares descritos por Homero, en Ítaca, en el Peloponeso y en Troya. Desde este momento hasta su muerte, ocurrida en 1890, no hay gesto de Schliemann que no traduzca su amor por Grecia y por sus poemas heroicos. Anulado su infeliz matrimonio, casa con una doncella griega — Sofía Engastromenos—, de la cual tiene dos hijos que hará bautizar con los nombres de Andrómaca y Agamenón, y, ya en edad muy avanzada, intentará hacerse construir una villa en Atenas adornada con epígrafes y esculturas, siguiendo la inclinación de sus gustos.
Como arqueólogo, Schliemann es una de las más notables figuras, acaso la más interesante. Si a él se debe el descubrimiento de la verdadera situación de Troya y el descubrimiento de lo que él llamó el tesoro de Príamo y las tumbas de los Atridas, en Micenas — metas capitales dentro de los estudios de la Antigüedad—, lo que más impresiona es su método de investigación; en aquellos problemas en que otros seguían métodos científicos y minuciosas indagaciones históricas, él procedía con la Ilíada (v.) en la mano, tomando el texto poético como guía práctica para las reconstrucciones topográficas. Y los éxitos conseguidos tienen indiscutiblemente un gran peso para el estudio de la poesía de Homero, más fiel a la realidad de lo que entonces se creía. [Trad. anónima (Barcelona, 1934), con el título de Schliemann. El descubridor de Troya].
F. Giannessi