Idilio dramático indio en dos partes compuesto por el italiano Angelo de Gubernatis (1840-1913), publicado en 1877. Sigue un argumento sacado de una leyenda que forma parte del poema Mahábhárata (v.) (libro V) y está dedicado a la exaltación más pura del amor de una esposa.
Savitri (v.), hija del rey de los madros, anda errante por la tierra en busca de un esposo. La acompaña Narado, mensajero de los dioses, con disfraz de personaje grave y solemne. Llegan, en el bosque, a una pobre y rústica cabaña; allí Diumatseno, que había sido rey de los salvios y ahora es viejo y ciego, va expiando en su destierro sus pecados con el más vivo arrepentimiento. Endulza su vejez su joven hijo Satiavan, que corta la lena y trabaja para el común sustento. A la vista de tanta fe y de tanto amor filial, Savitri se conmueve. De manera que ya ha hecho su elección: el joven príncipe será su esposo. En vano Narado advierte a la joven princesa que Satiavan deberá perecer dentro de un año. Pasado este año, mientras los dos esposos vagan por el bosque, Satiavan, al cortar una rama con su hacha no escucha el grito avisador de la lechuza y cae muerto al suelo. Mientras Sávitri se arroja sobre él y lo abraza para infundirle vida, aparece con horrendo aspecto Yamo, dios de la muerte y de la justicia, para atrapar el alma del infeliz príncipe. Pero la esposa no suelta el cadáver y el dios le concede una gracia, con tal que no sea la de dar vida a Satiavan, y ella obtiene la vista para el anciano rey Diumatseno, y como nueva gracia pide para él el reino que deben devolverle sus súbditos después de expulsar al usurpador.
Mientras ella pide luego que viva su adorado, desaparece el dios de la muerte y Satiavan vuelve a abrir los ojos después de su largo sopor: mientras ella permanecía ceñida a su esposo para morir con él, la vida ha renovado su curso rompiendo el funesto lazo de Yamo. En el amor de Sávitri, que es luz y devoción, se encierra la exaltada alegría de Satiavan, que ha vuelto a la vida, y la de su padre a quien Narado ha devuelto la vista por orden divina, además del reino de las bellas cosas del mundo y el afecto de los súbditos de su reino. La. obra, débil en su estructura, está redactada en versos delicados y expresa bien la finura con que en la poesía oriental son trazadas las situaciones psicológicas.
C. Cordié
* Esta leyenda hindú inspiró también la ópera de cámara en un acto Sávitri, op. 25, del compositor inglés de origen sueco Gustav Holst (1874-1934), compuesta en 1908 y estrenada en 1916 en el Covent Garden de Londres. Sávitri es fruto de la fascinación que ejerció el Oriente en Holst durante el período de su producción (v. Los planetas) que va de los Himnos védicos, op. 24, para canto y piano, y los otros tres grupos de Himnos corales del Rig-Veda, op. 26, para coro y orquesta, a The cloud messenger y Due quadri orientali, para canto y arpa, que les siguieron, procedentes de Kalidasa. La Sávitri de la leyenda, la Surgá védica en la que se reconoce simbolizada a la aurora, es la joven hija de un rey que escoge por esposo a un príncipe al cual han asignado los dioses sólo un año de vida. La muchacha lo sabe, y se propone acompañarlo en la muerte, de la cual, en cambio, consigue rescatarlo en virtud de la oración.
Holst ha reducido la copiosa materia al núcleo del amor que vence a la muerte, subrayando el carácter mistico- emotivo de la leyenda; y su criterio de la simplificación ha sido prolongado a toda la redacción de la partitura: desde las proporciones del «conjunto instrumental» de la orquesta (la obra es, en efecto, presentada como «poema para tres voces y coro invisible con acompañamiento de un doble cuarteto de cuerda, siete flautas y corno inglés») hasta la sencillez de la interpretación musical, que dio a la obra una real eficacia poética. Además del color opalino del sonido minuciosamente modulado, es de observar la llamada de la muerte que recorre toda la obra en un ritmo angustioso de tres notas repetidas, y el etéreo coro invisible, de marco espectral, en algunos cuadros. Es un orientalismo de carácter ideológico el de Holst, que excluye el colorismo del «género», aunque no.se debe tomar demasiado literalmente este carácter. En general la «rítmica melódica» de Holst y su frecuente liberarse del compás en asimetrías de evidente raíz vocal, se pueden atribuir a su contacto con la música oriental; en Sávitri, particularmente, se encuentra el uso de modalidades exóticas, fielmente calcadas, como en las canciones de Savitri y de su esposo. Recatado de sentimiento y difusamente lírico — es decir, substancialmente inglés bajo su ropaje de origen remoto—, este trabajo ha señalado la presencia de la música británica en sus primeros experimentos del nuevo teatro musical y merecería que su éxito nacional se prolongase también al extranjero por sus méritos efectivos, además del de su prioridad cronológica en el campo de la «ópera de cámara».
E. Zanetti