[Appendix Vergiliana]. Con este título se compilan una decena de escritos poéticos, atribuidos, no sin vacilaciones, a Publio Virgilio Marón (70-19 a. de C.). De algunos podemos estar seguros que no son virgilianos; acerca de otros pueden subsistir dudas: la absoluta certidumbre de la atribución no puede existir. Con todo, en su conjunto, esas poesías remontan a la época augusta o inmediatamente postaugústea, y, si no siempre a Virgilio, sin duda a una escuela poética y declamatoria muy cercana al cenáculo poético de Mecenas, penetrada del mismo espíritu de la filosofía epicúrea, a la cual, sobre todo, se había adherido Virgilio. Por esto, ya como documento apócrifo hábilmente falsificado por amigos y admiradores del poeta, ya en mínima parte, como compilación de composiciones poéticas juveniles, repudiadas por Virgilio en su madurez, el Apéndice puede hoy servir como documentación si no para su génesis poética, a lo menos para el ambiente histórico-político y cultural en que vivió el joven Virgilio antes de componer las Bucólicas (v.), escritas después de cumplir los 28 años.
Bajo este aspecto, bien se puede decir que en su conjunto esas poesías pertenecen a la prehistoria de la poesía virgiliana; y aún más que a la poesía, a la cultura literaria virgiliana, puesto que se pueden reconocer en ellas las tentativas de imitación, las predilecciones poéticas, la invención de vocablos y de metros y los diversos ensayos de soltura estilística; en una palabra, se reconoce en ellas la escuela en la que Virgilio se fue formando; pues pueden llamarse escuelas las de Cremona y de Milán, donde se reunía lo mejor de los maestros y de los jóvenes, de los profesores y los estudiosos de gramática y retórica. Como estudiante se muestra el poeta cuando pone en ridículo a personas y cosas de su tiempo y de su sociedad en sus «poesías sueltas» [«Catalepton»], pero después, abandonados los sectores de Roma, se embarcó para «los puertos de la felicidad», buscando la liberación de todo afán en los jardines de la filosofía epicúrea, en la quinta del docto Scirón, cerca de Nápoles. Más extensos son los dos poemas del «Mosquito» [«Culex»] y de la «Cogujada» [«Ciris»]; el asunto del primer poemita (414 versos) es netamente alejandrino, pero la manera de tratarlo, la concepción de la ultratumba, la inmortalidad, el bien y el mal y otros tantos problemas transportan al lector del terreno bucólico al filosófico. Al comienzo hay un pastor que se ha dormido bajo una sombra, y está a punto de ser muerto por una terrible serpiente, cuando he aquí que un mosquito le despierta con un doloroso picotazo. El pastor consigue salvarse, pero el mosquito, aplastado por aquel hombre, se le presenta de nuevo en sueños y le describe sus penas de criatura insepulta, errante por la ultratumba, de tal manera que, apiadado el pastor, le da por fin honrosa sepultura.
De tema mitológico es el poema de la «Cogujada» (511 versos), pájaro en que fue convertida Escila, quien por amor de Minos cortó a su padre el cabello rojo a que estaba ligada su vida. Pero si en las 14 breves poesías sueltas, en «El mosquito» y en la «Cogujada» se encuentran tenues elementos biográficos virgilianos, éstos faltan absolutamente, excluyendo por consiguiente, su atribución a Virgilio, en los demás pequeños poemas, en la «Mesonera» [«Copa»] y en la «Torta» [«Moretum»]. Son éstos, dos breves idilios de inspiración campestre; el primero en dísticos (38 versos) describe una taberna, junto al camino donde el viandante, cansado y sediento, se detiene alegrado por la presencia de la joven mesonera; el otro en hexámetros (122 versos) describe al alba el despertar del campesino. Una vez despierto, se prepara, ayudado por su esclava, un plato rústico en que predomina el ajo, se lo come con apetito y luego se encamina a los campos y al trabajo. Las «Imprecaciones» [«Dirae»] y la «Lidia» [«Lydia»] forman una sola poesía en los códices, pero está netamente dividido en sus dos partes: el poeta en la primera (103 versos) arroja maldiciones contra quien se propone confiscar sus campos, proscribiéndole en las listas de los partidos políticos; en la segunda (80 versos) llora porque ha de abandonar a Lidia, la mujer amada. Las tres «Priapeas» [«Priapea»] (v.) son composiciones rústicas, escritas en honor de Príapo, custodio de los muertos, representado en actitud obscena, lo que le da ocasión a chistes no menos procaces. La «Elegía a Mecenas» [«Elegía in Maecenatem»], escrita después de la muerte del gran protector de los poetas, es un centón de frases horacianas y virgilianas dividido en dos partes; en la primera (144 versos) se defiende a Mecenas de las acusaciones que circulaban contra él porque, epicúreo declarado, se entregaba a la vida cómoda y fastuosa; en la segunda (34 versos) aparece la prosopopeya del mismo Mecenas quien, a punto de morir, reitera su devoción a la casa reinante de Augusto. El «Etna» [«Aetnas»] (646 versos) es el décimo poemita del Apéndice.
De tema científico concerniente a los fenómenos volcánicos, sigue el esquema de poesía filosófica que estaba de moda bajo el alto Imperio. En su conjunto estas diez poesías de diversa extensión y belleza deben tenerse más por un producto de gusto y de cultura, que de valor poético; atribuyéndolos en masa a Virgilio, éste no ganaría mucho en cuanto a su grandeza de poeta; excluyendo su paternidad en todos o al menos su derivación biográfica virgiliana, se correría el peligro de no comprender, en la preparación poética de Virgilio, todos sus años juveniles anteriores a la composición de las Bucólicas. Pero como el Apéndice es, en todo caso, producto de largo estudio y del gran amor que maestros y discípulos de la generación inmediatamente sucesiva a la de Virgilio, rindieron al más grande poeta latino, no hay que pasar por alto ese importante documento literario de la cultura augústea, orientada por la del cenáculo de Mecenas.
F. Della Corte