[André del Sarto]. Drama en dos actos de Alfred de Musset (1810-1857), representado en París el 21 de octubre de 1851. Un discípulo de Andrea del Sarto, Cordiani, ama a la mujer del maestro, Lucrecia, que está dispuesta a huir con él. Andrea, que adora a su mujer y para procurarle placeres ha empleado incluso dinero que no era suyo, se entera de la proyectada fuga y reconoce en el amigo discípulo al traidor. Aniquilado, le habla de su infinito amor y le ruega que le deje la mujer. El joven se queda y el duelo se impone: Cordiani no se defiende, es herido y se aleja apoyándose en sus amigos. Andrea ha perdido la felicidad. Envía a Lucrecia junto a su madre y le escribe que vuelva; pero la mujer ha dejado Florencia. La imagina unida a Cordiani; desesperado, quiere hacerle saber que pronto será viuda y podrá casarse con su amante. Y se envenena, brindando por la muerte de las artes en Italia. Pero también el joven ha muerto de su herida. Publicado en 1833 en tres actos, reducido a dos en sucesivas reediciones antes de alcanzar la representación, es el drama romántico del tormento de un marido que ya no es joven y no es amado, y al mismo tiempo de un artista ya declinante. Obra apasionada pero falta de verdadera vida, resulta convencional, como también es superficial su visión de la Italia artística en tiempos de Andrea del Sarto.
V. Lugli
* También se ha inspirado en la figura del gran artista el poema corto Andrea del Sarto, llamado el «pintor sin equivocaciones» [Andrea del Sarto, called «the Faultless Pairiter»], del poeta inglés Robert Browning (1812-1889), publicado en 1855 en Hombres y mujeres (v.) en forma de monólogo. Se hace de noche, es el ocaso. El pintor se dirige a su esposa, Lucrecia, que está impaciente por salir con su primo, que la espera. Andrea es un resignado, que se sabe muy superior incluso a sus mayores contemporáneos respecto a la técnica incluso a Rafael en una tela del cual señala un error; pero siente que en él no hay la grandeza de Rafael o de Miguel Ángel, por una frialdad que envuelve sus obras y que en los demás está vencida por una forma que, aunque menos adherente a la vida en sentido material, es más vida porque la interpreta y anima. El paisaje toscano con el sol que penetra, ayuda a la melancolía del pintor, que nos confiesa y que se da cuenta que si le hubiese tocado en suerte otra mujer, su habilidad hubiese encontrado una animación poética que ahora le falta. Y vuelve a ver el pasado, sus relaciones con los grandes y los reyes, y piensa que Dios lo ha querido así, y que en el cielo también él, modesto y consciente, recibirá su premio. Todo el monólogo está sumido en una tristeza de artista que expresa su descontento y busca la resignación; con rasgos que cuentan entre los mayores de Browning por la dulzura del fluir poético y de la comprensión apasionada que se transforma en gran poesía.
A. Camerino